Heme aquí, con sueño y sin poder dormir, quizá como tantos otros que por primera vez en mi historia, se estarían desvelando por la misma razón que yo: la incertidumbre, la poderosa e inquietante idea de estar en un umbral desconocido.
Me pregunto entonces, dadas las condiciones de la pandemia que padece la humanidad y en estos momentos nuestro país a punto de entrar en la Fase 3 de la contingencia por causa del Coronavirus, si debería seguir haciendo las tareas, si valdrá la pena continuar como si nada o como si viéramos que en el futuro vamos a seguir aquí haciendo las cosas de cada día y recordando que antes de esto éramos unos y después seremos otros, aunque los mismos.
Me pregunto si no será más bien absurdo pensar en entregar proyectos, buscar instrumentos de medición para saber si los taxistas tienen ansiedad o las personas obesas tienen la misma calidad de vida de quienes no lo son... o sería mejor tomar de nuevo mis pinceles, seguir acomodando mi costurero, continuar bordando para estirar con los hilos coloridos mis reflexiones y pensamientos, esos que muy seguido me llevan a pensar en lo sola que me siento a veces, en lo difícil que es estar sin tener las queridas y añoradas compañías, si debo encarar al miedo de que esta pandemia cobre una factura personal en la que me aterra pensar pues están expuestos mis hijos, como el resto de nosotros, la humanidad...
Y me asombra no experimentar un particular temor por estar en este rango de edad en el que somos más vulnerables, pues mi manía de no percibir los años me impide verme así, como una persona de la tercera edad que corre riesgos ante la pandemia porque de todos modos como dijo siempre mi abuelo, todos los días estamos cerca de la muerte.
Sí, también tengo momentos como éste, oscuros, inciertos, descorazonados y sin aliento en los que no alcanzo a mirar con claridad y me lastima estar sola.
Pero mientras lo escribo me doy cuenta de que finalmente no importa porque todo ha valido la pena: cada cosa vivida lo ha sido con intensidad, sin medias tintas, sin dejar cosas inconclusas, sin dejarlas de hacer aunque tuviera miedo, sintiendo siempre todo como desde niña: hasta el fondo.
Así me tomo la noche que no sé si tenga luna como no tiene sonidos ni voces, escuchando solamente el ladrido esporádico de un perro y dejando que mis ojos cansados y lastimados por el estrés de estos días retomen su descanso mientras en mi mente asiento el pensamiento de que quizá mañana será otro día.
Me pregunto entonces, dadas las condiciones de la pandemia que padece la humanidad y en estos momentos nuestro país a punto de entrar en la Fase 3 de la contingencia por causa del Coronavirus, si debería seguir haciendo las tareas, si valdrá la pena continuar como si nada o como si viéramos que en el futuro vamos a seguir aquí haciendo las cosas de cada día y recordando que antes de esto éramos unos y después seremos otros, aunque los mismos.
Me pregunto si no será más bien absurdo pensar en entregar proyectos, buscar instrumentos de medición para saber si los taxistas tienen ansiedad o las personas obesas tienen la misma calidad de vida de quienes no lo son... o sería mejor tomar de nuevo mis pinceles, seguir acomodando mi costurero, continuar bordando para estirar con los hilos coloridos mis reflexiones y pensamientos, esos que muy seguido me llevan a pensar en lo sola que me siento a veces, en lo difícil que es estar sin tener las queridas y añoradas compañías, si debo encarar al miedo de que esta pandemia cobre una factura personal en la que me aterra pensar pues están expuestos mis hijos, como el resto de nosotros, la humanidad...
Y me asombra no experimentar un particular temor por estar en este rango de edad en el que somos más vulnerables, pues mi manía de no percibir los años me impide verme así, como una persona de la tercera edad que corre riesgos ante la pandemia porque de todos modos como dijo siempre mi abuelo, todos los días estamos cerca de la muerte.
Sí, también tengo momentos como éste, oscuros, inciertos, descorazonados y sin aliento en los que no alcanzo a mirar con claridad y me lastima estar sola.
Pero mientras lo escribo me doy cuenta de que finalmente no importa porque todo ha valido la pena: cada cosa vivida lo ha sido con intensidad, sin medias tintas, sin dejar cosas inconclusas, sin dejarlas de hacer aunque tuviera miedo, sintiendo siempre todo como desde niña: hasta el fondo.
Así me tomo la noche que no sé si tenga luna como no tiene sonidos ni voces, escuchando solamente el ladrido esporádico de un perro y dejando que mis ojos cansados y lastimados por el estrés de estos días retomen su descanso mientras en mi mente asiento el pensamiento de que quizá mañana será otro día.
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