Desde que salí a recibirla, ya no la reconocí. Mi madre había perdido la chispa de su mirada y semejaba a una persona cuando recién despierta y no ha salido del sueño. Hace ya un tiempo -desde que estuvo tan grave y hospitalizada- que no sabe si soy su hermana, una de mis hermanas o yo. Pero esta vez tampoco sabía dónde estábamos o si en la casa era arriba o abajo.
Me pregunto qué recordará de todos los paseos y las funciones, porque cuando le digo "¿qué te gustó más?" me dice "todo", quizá porque no puede precisar.
A los tres días de su llegada comenzó a decir que ya quería regresarse, que tenía muchas cosas que hacer, que su hijo no puede quedarse solo -ese hijo que desde que nació hizo que se le olvidaran todos los demás, debido a una enfermedad que ahora no sabemos si fue real- y a quienes vinieron a visitarla les dijo "me voy el lunes", sin saber en qué día vive.
Duele verla perdida, que su mirada no denote que comprende, que recuerda, que siente. Duele decirle cada quince minutos lo mismo, ver que se mete a bañar con pantunflas cuando cree que amaneció, ver que nada de la comida se le antoja excepto -por supuesto- el café, que a toda hora toma a y al que jamás dirá que no.
Para no incomodarla por más tiempo, hicimos lo necesario para que regrese a su casa, allá lejísimos de todos nosotros, en donde quiere estar. Me abrazó fuerte cuando nos despedimos y yo no correspondí igual porque no tuve fuerza. "Me saludas a tu hijo", sólo pude decir y espero que al entrar al taxi sus ojos brillaran con la esperanza y el contento de verlo. Aquí y en el DF quedamos sus huérfanos de toda la vida esperando por ella, por la madre que siempre hemos querido tener.
Pero también se fue otra parte mía: la hija, ese cascabelito que siempre le ha puesto a mi vida cuadritos de papel picado y alegrías. Sé bien que al menos nosotras somos indisolubles, que si algún día pierdo como mi madre la memoria, al menos hasta el momento anterior habré sabido que mis hijos y yo somos como desde siempre hemos sido, una sola cosa: una torre que sostiene nuestras vidas y nuestros corazones, fortaleza y refugio, un paraíso. Sin memoria ya no somos nosotros y ese tiempo no cuenta.
Y así, en el Día de los Fieles Difuntos me queda refugiarme en el recuerdo de los que se nos adelantaron y ofrecerles mi cariño y devoción y de siempre.
Me pregunto qué recordará de todos los paseos y las funciones, porque cuando le digo "¿qué te gustó más?" me dice "todo", quizá porque no puede precisar.
A los tres días de su llegada comenzó a decir que ya quería regresarse, que tenía muchas cosas que hacer, que su hijo no puede quedarse solo -ese hijo que desde que nació hizo que se le olvidaran todos los demás, debido a una enfermedad que ahora no sabemos si fue real- y a quienes vinieron a visitarla les dijo "me voy el lunes", sin saber en qué día vive.
Duele verla perdida, que su mirada no denote que comprende, que recuerda, que siente. Duele decirle cada quince minutos lo mismo, ver que se mete a bañar con pantunflas cuando cree que amaneció, ver que nada de la comida se le antoja excepto -por supuesto- el café, que a toda hora toma a y al que jamás dirá que no.
Para no incomodarla por más tiempo, hicimos lo necesario para que regrese a su casa, allá lejísimos de todos nosotros, en donde quiere estar. Me abrazó fuerte cuando nos despedimos y yo no correspondí igual porque no tuve fuerza. "Me saludas a tu hijo", sólo pude decir y espero que al entrar al taxi sus ojos brillaran con la esperanza y el contento de verlo. Aquí y en el DF quedamos sus huérfanos de toda la vida esperando por ella, por la madre que siempre hemos querido tener.
Pero también se fue otra parte mía: la hija, ese cascabelito que siempre le ha puesto a mi vida cuadritos de papel picado y alegrías. Sé bien que al menos nosotras somos indisolubles, que si algún día pierdo como mi madre la memoria, al menos hasta el momento anterior habré sabido que mis hijos y yo somos como desde siempre hemos sido, una sola cosa: una torre que sostiene nuestras vidas y nuestros corazones, fortaleza y refugio, un paraíso. Sin memoria ya no somos nosotros y ese tiempo no cuenta.
Y así, en el Día de los Fieles Difuntos me queda refugiarme en el recuerdo de los que se nos adelantaron y ofrecerles mi cariño y devoción y de siempre.
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