A las cinco de la mañana comencé a estudiar en mi cama, como ha sido mi costumbre durante estos años de estudiar la carrera. Ahora mismo interrumpo mi lectura al darme cuenta del hecho de estar en esta misma cama, también al pie de la ventana y escuchando cantar a los gallos como si no estuviera a más de tres mil kilómetros de distancia. Una especie de extrañamiento me invade, me pregunto cómo puede ser tan igual pero a la vez distinto, y reflexiono acerca de lo que soy -de lo que somos- a lo largo de la vida, siempre los mismos pero diferentes.
La luz del día viene irrumpiendo discretamente sobre la mañana, ya comienzan a escucharse los ruidos que ahora son novedosos, el llanto del que reza a gritos desde que amanece, el sonido del tren a lo lejos, la campana de una iglesia y en un rato más, el desfile de vida cuando pasen los vendedores ofreciendo sus mercancías.
Aquí sigo yo, en mi cama, estrenando mis 64 años lejos de lo que tenía, de lo que tuve por casi tres lustros, sola pero no sola: acompañada de estas costumbres que son anclas para afianzarme en los terrenos donde pise, estudiando al pie de la ventana... la misma pero diferente.
La luz del día viene irrumpiendo discretamente sobre la mañana, ya comienzan a escucharse los ruidos que ahora son novedosos, el llanto del que reza a gritos desde que amanece, el sonido del tren a lo lejos, la campana de una iglesia y en un rato más, el desfile de vida cuando pasen los vendedores ofreciendo sus mercancías.
Aquí sigo yo, en mi cama, estrenando mis 64 años lejos de lo que tenía, de lo que tuve por casi tres lustros, sola pero no sola: acompañada de estas costumbres que son anclas para afianzarme en los terrenos donde pise, estudiando al pie de la ventana... la misma pero diferente.
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