
La luz del día viene irrumpiendo discretamente sobre la mañana, ya comienzan a escucharse los ruidos que ahora son novedosos, el llanto del que reza a gritos desde que amanece, el sonido del tren a lo lejos, la campana de una iglesia y en un rato más, el desfile de vida cuando pasen los vendedores ofreciendo sus mercancías.
Aquí sigo yo, en mi cama, estrenando mis 64 años lejos de lo que tenía, de lo que tuve por casi tres lustros, sola pero no sola: acompañada de estas costumbres que son anclas para afianzarme en los terrenos donde pise, estudiando al pie de la ventana... la misma pero diferente.
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