Aunque pudiera sospecharlo, la verdad es que no creo que
ella se haya tomado el trabajo de elaborar la idea de molestarme. Aparentemente
estaba de lo más tranquila mientras yo seguía muy concentrada intentando
dominar una nueva puntada para mi tejido. No soy experta, esas vueltas y
recovecos de las cadenetas me suenan lejanamente familiares pero ya desde niña
cuando intenté formar alguna cosa identificable en el tejido, quedaba todo
chueco, las piñas de las carpetas parecían enfermas por torcidas o disparejas y
los puntos de pronto ya no eran suficientes para tejer otro motivo o de plano
me sobraban.
Así que ella sabe que si estoy muy callada, estoy
concentrada y no debería distraerme. De modo que se acomodó en su silla y según
yo, intentaba dormir.
Justo al llegar a la última vuelta del motivo de abanicos,
donde tenía que concentrarme más porque el remate tiene cambios, se atoró el
hilo. Nada fuera de lo normal, ocurre a cada rato y tiene una que andar
desatorando la hebra de donde quiera que se hubiera quedado trabada. Pero lo
que vi a continuación me dejó sin aliento, completamente con la boca abierta.
Ahí estaba mi hermosa madeja en el piso, dividida en no sé cuántos tramos
dispersados intermitentemente por los alrededores de las sillas y otros
muebles, e iba a parar directamente a ella, el hilo enredado en sus
extremidades la delató sin problema.
Es la primera vez que ella se nota preocupada porque -ahora
sé- no tuvo la culpa de lo que hizo: quiso dejar la silla y tropezó con mi bola
de estambre en el piso. Aparentemente sus dichas extremidades hicieron un
recorrido que el hilo no le permitió continuar y optó por regresar a su silla
tranquilamente -ella jamás se estresa-. Tenía cara de "no fue mi
intención", la conozco bien con esa mirada desviada que indica "no sé
de lo que estás hablando pero yo no fui" y poniendo su cara de perfil, sin
aguzar la oreja como cuando presta atención.
Ni siquiera pude caer en la desesperación, en realidad el
accidente nos afectó a las dos y considerando mis recientes lecturas sobre el
funcionamiento del cerebro, decidí que desenredar esos espantosos remedos de
telaraña le harían bien a mis neuronas y cuando me di cuenta ya había deshecho
la maraña.
Bambi, mi perrita, desde su silla me lo agradeció.
Comentarios