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Historias de terror: IMSS

HISTORIA 1
Los ancianos, él en silla de ruedas y ella con andador, son traídos por una amiga de la familia para ser atendidos en la clínica 7 de Tijuana, ya que la hija no puede cruzar desde San Diego pero paga los nueve mil pesos anuales para que ellos tengan derecho a atención. En el lugar no hay rampas para silla de ruedas y hay que batallar mucho para entrar al edificio.
Les piden llegar en ayuno, una persona de la clínica dijo previamente que los esperará con trámites adelantados y les cobra cien dólares. A las once de la mañana aparece, sin ningún trámite ni conocido para hacerlo. Al señor luego de horas lo dan de alta pero a su esposa no, "porque no hay evidencia de haber sido atendida antes ahí". Precisamente, porque cuando tuvo algún problema era una urgencia que no atendieron y se tuvo que ir a hospital particular.
En días previos, la señora tuvo un desvanecimiento en su casa, en San Diego, y la hija alarmada la condujo a un hospital donde la atendieron y regresaron a su casa. Esta semana recibió una factura por catorce mil dólares.

HISTORIA 2
El paciente fue internado en el IMSS porque de pronto no tenía plaquetas, según análisis de laboratorio recomendados por un médico del Dr. Simi consultado para evitar las interminables filas en el IMSS. Luego de permanecer un día y medio en urgencias, fue trasladado a medicina interna, en aislamiento por la baja de defensas. A partir de entonces recibió transfusiones y medicamentos sin que el médico diera un diagnóstico. Al cabo de diez días indicó "para mí que es el bazo, pero no voy a operar mientras no tengan los donadores de plaquetas". La hermana del paciente mencionó no saber nada sobre donadores de plaquetas, pues sólo habían pedido donadores de sangre. El médico le indicó a una de sus incondicionales estudiantes "a ver mija, explícale a la señora porque anda perdida", ante la rotunda e incomprensible carcajada de la palomilla de señoritas estudiantes que de todos modos no proporcionaron la información. Entonces, la mujer consultó con el médico si creía que el nuevo tratamiento de la noche anterior daría algún resultado. "Pues ni que fuera Walter Mercado para saberlo", volvió a intentar otro chiste fallido con el consiguiente estruendo de carcajadas de sus niñas, que eso sí, están aprendiendo de viva voz cómo humillar a los pacientes y familiares.

Mientras tanto, en el banco de sangre a donde deben acudir los donadores, los trámites provocan que el familiar del paciente deba ir a formarse a las dos de la mañana para alcanzar una de las 90 fichas que reparten diariamente a partir de las siete de la mañana, y para darlas se debe presentar la credencial de identificación del donador. Se le indica la hora -o día- en que deba presentarse a hacer la donación y al final, el resultado es que los donadores persistentes o verdaderamente interesados en concluir su tare altruista acuden al lugar hasta en tres ocasiones antes de que su preciado regalo sea aceptado, debidamente cumplimentado por la burocracia reinante e el IMSS.

REFLEXIÓN
Me pregunto en qué parte de los ires y venires de nuestros días se perdió por completo aquella vocación de médico que convertía en héroes admirados y respetados a esos seres que se desvelaban, que viajaban kilómetros bajo el sol o la lluvia para aliviar a sus pacientes, a los que pasan noches  actualizando sus conocimientos, a los que dan consuelo por medio de palabras de aliento al enfermo y su familia, a los que no importaba la condición económica de sus pacientes para que fueran atendidos...

Porque ahora se desvelan porque deben hacer miles de trámites, llenar papeles, escribir reportes, y el escaso tiempo que les deja todo eso lo reparten entre la gente que asustada o inquieta les pregunta y ellos consideran que preguntar es una ofensa, que su palabra debe de aceptarse sin chistar, que las preguntas denotan ignorancia, que no hay ninguna razón para tratar a los demás como si fueran semejantes, en qué se podrían asemejar a ellos, con su soberbia y sus barbas, esas pobres, pálidas, enfermas, angustiadas personas que guardan su silencio e impotencia entre los pliegues de un pañuelo, con tal de no provocar las represalias de ese dios, ese gigante corazón de piedra que tiene el poder de decidir sobre la vida o la muerte de un paciente.





Comentarios

Unknown ha dicho que…
Me pareció maravilloso. Hace poco lo viví con mi madre, ella enfermó de una obstrucción intestinal y tuvimos que acudir lastimosamente al último habitáculo del infierno con pinta de hospital. Una clínica perteneciente al IMSS. Ahí pasé los peores momentos de mi vida:

* Los médicos nos atendieron hasta que les dio la gana, entre miradas recelosas y diagnósticos paupérrimos.

* El médico encargado de darnos los rayos X no nos pudo atender porque "tengo mucha gente y cuando me desocupe entonces podré atender a tu madre" a lo que obviamente respondí con palabras altisonantes.

Salí de ahí malhumorada, con lágrimas en los ojos y frustrada. Afortunadamente tengo un amigo que está forjándose como médico en el IPN, un ser humano maravilloso que nos llevó al hospital de Ruben Leñero, ahí mi mamá fue atendida por manos expertas y cálidas. Los días posteriores la recibimos en casa con los cuidados que nos requirieron y ahora está mejor.

Pero sin duda fue; un mal sabor de boca.

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