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La enfermedad

La enfermedad nos pone en jaque según su intensidad, variedad o gravedad. A veces creemos que nos toma por asalto pero al llegar al consultorio nos enteramos que en realidad no habíamos hecho caso de los síntomas, creíamos que se nos pasaría con un té o una pastilla.
Hay veces en que así, de repente, el cuerpo ya no puede más y hace lo que tenga que  hacer para detenernos, llamar nuestra atención para procurarlo.
A veces puede ser muy grave, es cuando se nos van los pulsos, nos aterramos con todo lo que nos dicen los médicos o peor, lo que no nos dicen porque no lo saben, estamos acostumbrados a esperar que el médico lo sepa todo, qué clase de doctor es el que dice que no tiene idea por qué suceden tales o cuales cosas en el cuerpo, lo dice para martirizarnos, para que sintamos culpa, lo dice porque es un déspota, porque me cree ignorante, porque no le caigo bien, porque no sabe, porque no está actualizado, porque no tiene sentimientos...

Cuántas cosas están mal, como lo veo.  La enfermedad, según me he venido dando cuenta, nace como consecuencia de algo que no hicimos bien, al menos en la mayoría de los casos. No comemos sanamente, no hacemos ejercicio, no buscamos la tranquilidad. Claro, porque nadie nos dice. Siempre podemos culpar a lo que está afuera, alrededor. Siempre es más importante seguir trabajando, seguir compitiendo, seguir comprando, seguir viajando, seguir comiendo... seguir enfermando. Seguir, seguir seguir, como si huyéramos de algo pero no de la enfermedad. Y seguimos  a su encuentro, hasta que nos tiene que parar.


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