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La poesía, la poesía

La luz matutina nos acompañó a Juanamaría Naranjo y a mí a nuestra cita en casa de la adorada poeta Dolores Castro, a quien tenía yo premura por abrazar.

Como es costumbre en las poetas de generoso corazón, me compartió dos libros.
Nos despedimos para acudir a otra cita poética con Estela Guerra y María Elena Solórzano en Azcapotzalco, para la comida.

De regreso abordé el metro y una vez bien apuntalada, de pie en el vagón, saqué el libro-poema de la maestra Lolita "Algo le duele al aire" y comencé a leerlo en voz alta, y pronto la voz dejó de ser la mía para ser la del poema. Leía con la cadencia de los versos, estremecida por lo que me decían, y en algún momento alguien me tomó del codo y me condujo a un asiento, sin que yo parara de leer.

Cuando estaba en "La danza en el otoño" instintivamente alcé la vista y salí corriendo para alcanzar a bajarme, dejando a todos con un palmo de poesía en las narices y maravillas en el corazón.

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