Estamos embarazados y me siento muy feliz. No reencontramos después de muchos años, nuestro primer hijo es ya un joven con su vida en sus manos.
Estamos en la vieja casa de su familia, veré de nuevo a todas sus hermanas.
El elevador me marea con tanto adorno dorado y sus raras maneras para cerrarse y subir con muchísimo esfuerzo y quejidos oxidosos.
Hacemos el amor en donde era su recámara cuando estudiantes y me sentí como aquella jovencita enamorada y llena de esperanza. Mientras me estiro feliz en la cama él se pone muy serio. Esto no está funcionando, me dice. No sé a qué se refiere y la sorpresa me desaparece las palabras del cerebro y de la boca y me pone un salto en el corazón.
¿A qué te refieres?
No podemos seguir juntos, es una equivocación.
¡Pero tenemos a esta criatura!
Tú la puedes cuidar sin problema
¡Ah no, yo ya lo hice y ahora te toca a ti!
Se levanta ligero como el aire mientras mi cuerpo adquiere el peso de todo el plomo del mundo y mi corazón se pone como avispero.
Voy a contarlo a sus hermanas, mujeres fuertes y maduras para que lo hagan entrar en razón.¿Que cómo le vas a hacer? ¡Trabajando! me dicen.
Ahora todo mundo se alista para dejar la casa y continuar con sus vidas en donde las dejaron
Yo ya lo hice una vez, esto no es justo, es lo único que pienso buscando de qué manera forzarlo a que ahora tome su parte de responsabilidad. Terminaron de recoger sus cosas y salen -salimos- todos en tropel optando por las anchas, interminables escaleras.
Mi desesperación dice que corra, que intente atrapar al tiempo que se marcha y mis pies devoran los escalones, trastabillen me punzan agudamente los tobillos, todo gira y caigo al final de la escalera sintiendo un golpe seco en la cabeza junto con un gran alivio en el pecho. Oscurece con un silencio denso.
Estamos todos metidos en un auto, tienen cara de espanto y me entero de que estoy muy pálida y que me han dado respiración mientras nos dirigimos al hospital. Después de un rato desorientada, el dolor en el pecho me hace recuperar la memoria.
¡Malditos, malditos, malditos! pienso -¿o digo?- mientras el tiempo que no pude detener apunta las seis de la mañana y me despierto.
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