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¿Dónde está Macondo?

Diecisiete años, recién llegada de provincia al DF y fascinada con la lectura desde niña, gracias a mi trabajo tenía mi propio dinero para comprar libros. No tenía guías ni maestros, me orientaba leyendo las sinopsis en las librerías o en el catálogo del Círculo de Lectores. Cada quincena separaba un dinero especialmente para libros, y visitaba las librerías buscando los tesoros.
Cien año de soledad lo compré por el título. Yo era una solitaria, algo tendría que decirme. Y en cuanto abrí las páginas me llovió encima torrencialmente, como en la tierra que extrañaba. Las casas eran igual que allá, y su gente parecida. También en mi tierra pasaban nubes de mariposas, podía verlas salir de las hojas de mi libro. Un lugar como mi tierra, pero tocado por la magia, donde ocurrían toda clase de cosas como si nada. Un mundo como el que yo quería habitar, en donde yo fuera posible.

Aura me había gustado por misteriosa, por el revuelo de jóvenes yendo al centro en busca de su casa, y La tumba me había hecho pensar que José Agustín se había azotado. Solía leer varios libros a la vez, y cuando comencé Cien años de soledad dejé todos. En esas páginas hallaba un espejito, García Márquez era todo nosotros, era uno de nosotros, y había creado Macondo para que nunca saliéramos de ahí.


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