No recuerdo exactamente cuándo comencé a sentirme mujer. Pero sí tengo muy claro que, cuando niña, mientras algunas compañeras de clase deseaban ser pájaros -por aquello de la libertad-, a mí no se me ocurría para nada ser diferente de lo que era,y eso dije que sería, si volviera a nacer: niña. Luego vino el “tiempo de crecer”, dejar la casa paterna, emprender una vida aparte. Y supe pronto que podría ejercer mi libre albedrío sobre mi cuerpo para ser madre, y lo deseaba. Creo que era el desarraigo, la falta de cariño, el peso de una soledad que se instaló en mi vida desde mi nacimiento. Sentía el poder, tenía el señorío sobre la decisión de albergar otra vida, y decidí tener a mi hijo. Con miedo, con esperanza, con alegría pero sobre todo, con mucha decisión. No podía reflexionar sobre lo que sentía, siempre he sido mas bien intuitiva y por entonces mis emociones me rebasaban y no podía escribir. Sólo sentía, observaba lo que ocurría con mi cuerpo, aguardaba... imaginaba y tenía sueño...