¿Qué nos trae este monstruo terrible cuyo solo nombre nos pone a temblar? Nos deja estos días viviendo en el temor, la incertidumbre o para muchos la frustración y la angustia de no saber cómo se irán a vivir los días que faltan cuando no se trabaja ni se tienen reservas, como nos pasa a tantos.

En las redes sociales circulan videos en donde animales que incluso se creían extintos aparecen por las calles de ciudades desiertas, nadan en las albercas, se meten a los patios, al mar, a las tiendas con actitud confiada y de asombro, explorando por primera vez el territorio alterado que les arrebatamos, y aparecen en los cielos aves que no se habían vuelto a ver. ¡Qué dicha da mirarlos! Deseo de corazón que esta pandemia nos deje al menos reflexión sobre lo que hemos hecho como humanidad y abracemos nuestra esencia abandonando para siempre la soberbia de creernos el pináculo de la creación. Todos somos uno. Todo somos uno, lo debemos entender y ahora que lo palpamos, no olvidarlo.
Pero aún persiste la mezquindad de las voces que claman por dinero, por absurdo que suene. Tampoco faltan quienes creen que la pandemia es un invento no sé con qué fines, o que tal país inventó el virus para esto y lo otro. En fin, la condición humana como siempre digo.
En mi persona lo que persiste es el azoro, la sensación de irrealidad, de vivir algo tan intangible como inexplicable. La pesadez de la lejanía de mis vástagos, mis allegados, mis querencias, dolor tan sólo por saber que no podemos vernos.
Los horarios trastocados, los días todos iguales nos tienen sin saber si es noche o día, las mujeres no pueden cortarse ni teñirse el pelo, los espacios se acortan con la presencia permanente de sus habitantes, el trabajo desde casa se dificulta como las clases y las tareas, por más que en la TV haya esa especie de monitos cilindreros grotescos tratando con toda falsedad de llenarle las horas a la gente con manipulaciones decadentes disfrazadas de buenas intenciones.
Mis días no cambian de manera drástica porque la universidad tiene mucho que limita mis salidas y mi tiempo de ocio, y esa actividad no ha sido suspendida: seguimos cumpliendo de alguna manera -cada vez peor- con las tareas, con escasa capacidad para la concentración y el estudio, desvelados, sonámbulos, afligidos, temerosos.
Yo subo y bajo por la casa, hablo muchísimo con Bambi que siempre levanta sus orejas dándome a entender que me comprende, ordeno todos los cajones, acomodo los libros, acomodo el patio y las pocas macetas del proyecto de terraza, soplo pompas de jabón, hago comidas exóticas, bordo montones de trapitos, lloro a mares por la muerte de Oscar Chávez, veo pasar el festival de poesía porque no soy capaz de hacer nada, pienso en todas las cosas que he vivido, las buenas, malas, intensas o bizarras cosas, no salgo mas que a llevar a Bambi a caminar dos cuadras, al pequeño parque desde el que siempre veo a mi volcán majestuoso, veo cómo las personas que también están confinadas hacen reparaciones en sus casas, en los techos, jardines de banquetas, en las puertas.
Veo cómo desfilan por la calle vacía novedosos vendedores ahora de nieve, de jergas, cloro, delantales, buñuelos, periódicos, tamales, pan, flores, plantas o gelatinas...
Muy extraño salir a la calle y encontrar vacías las avenidas y las plazas, aunque dicen que en el centro sí anda gente haciendo compras, los mercados no han cerrado, todos tenemos que comer.
Yo a veces sin dormir aunque cansada, con sueños donde no encuentro lo que busco, o estoy perdida o cuando me baño escurre por las paredes agua negra que parece humo y despierto con la boca seca y la jubilosa sensación de abrir los ojos y encontrarme sana, un día más.
Las ausencias me pesan, a veces me rebasa esa carga
. Me dejo abrumar un rato mientras tomo fuerza, y me levanto lamiendo mis heridas.
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