Despierto sin abrir los ojos. Miedo, caos y belleza: revolturas en la panza bajo el mismo sol. En las cercanías revolotean los pájaros con trinos ajenos al delito de las balas que retumban al fondo de no sé qué calle, de no sé mundo, de no sé vida...
Las amorosas ramas de los árboles mecen los nidos de las aves que a veces alguna mano oscura mata con pedradas sin esperar siquiera a que la noche oculte su felonía.
Ya nada es causa de vergüenza, nos despertamos para seguir el viaje que no tiene sentido, sin tiempo para un respiro que permita pensar y darnos cuenta.
En algún punto hay una flor despertando al aire que la mata sin que pueda desplegar todos sus pétalos, nadie sabrá de su color y su aroma, cualquier zapato pisará la imprecisa huella de la arrancadura, será olvido, cifra, cosa que no ha existido.
En tanto la mañana sigue apuntando hacia el sol, las ciudades levantan sus gases matutinos, comienzan ruidos de gente que camina o corre, se traslada o huye bajo una prisa sin sentido hacia otro día incierto preñado de agitación y de miedo.
Los gritos de los locos comienzan sus mensajes cifrados para que no entendamos de qué manera nos van a tender el miedo sobre las cabezas o las casas, nos robarán el aliento y si tenemos suerte, van a dejarnos vivir cada día más, una mano adelante y otra detrás por no hacer caso de esos gritos, por no querer entender las amenazas, pasamos de largo como si haciéndonos de lado se conjurara el maleficio que es ineludible.
Y cantó el gallo para que recordemos el humo de la leña en aquel tiempo cuando las plantas y la gente amanecían con el sereno, el húmedo perfume de la noche.
Un poco de silencio, los perros distraídos han detenido un momento los hocicos feroces, un pedazo de nube asoma tímido y hermoso por el cielo que luminosamente viste su traje azul.
¡Entonces no pasa nada! ahí están el sol y el cielo, detrás de la colina espera el mar y nos da tentación la belleza de la vida, escondemos el miedo, desenterramos la fuerza y la esperanza, aspiramos el aire lleno de humedad y sal como si respiráramos las nubes, levantamos trabajosamente el pecho y decidimos apostarle a nuestro día para que transcurra en paz.
Las amorosas ramas de los árboles mecen los nidos de las aves que a veces alguna mano oscura mata con pedradas sin esperar siquiera a que la noche oculte su felonía.
Ya nada es causa de vergüenza, nos despertamos para seguir el viaje que no tiene sentido, sin tiempo para un respiro que permita pensar y darnos cuenta.
En algún punto hay una flor despertando al aire que la mata sin que pueda desplegar todos sus pétalos, nadie sabrá de su color y su aroma, cualquier zapato pisará la imprecisa huella de la arrancadura, será olvido, cifra, cosa que no ha existido.
En tanto la mañana sigue apuntando hacia el sol, las ciudades levantan sus gases matutinos, comienzan ruidos de gente que camina o corre, se traslada o huye bajo una prisa sin sentido hacia otro día incierto preñado de agitación y de miedo.
Los gritos de los locos comienzan sus mensajes cifrados para que no entendamos de qué manera nos van a tender el miedo sobre las cabezas o las casas, nos robarán el aliento y si tenemos suerte, van a dejarnos vivir cada día más, una mano adelante y otra detrás por no hacer caso de esos gritos, por no querer entender las amenazas, pasamos de largo como si haciéndonos de lado se conjurara el maleficio que es ineludible.
Y cantó el gallo para que recordemos el humo de la leña en aquel tiempo cuando las plantas y la gente amanecían con el sereno, el húmedo perfume de la noche.
Un poco de silencio, los perros distraídos han detenido un momento los hocicos feroces, un pedazo de nube asoma tímido y hermoso por el cielo que luminosamente viste su traje azul.
¡Entonces no pasa nada! ahí están el sol y el cielo, detrás de la colina espera el mar y nos da tentación la belleza de la vida, escondemos el miedo, desenterramos la fuerza y la esperanza, aspiramos el aire lleno de humedad y sal como si respiráramos las nubes, levantamos trabajosamente el pecho y decidimos apostarle a nuestro día para que transcurra en paz.
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