El ferrocarril.
Enorme gusano de acero de
respiración aparatosa, atraviesa el esqueleto de los paraísos conquistando las
cumbres. A lo lejos, en el fondo, ríos como hilos perdidos en el costurero con
dedales de piedra y algodones de musgo.
Cuando los túneles me
salta el corazón: ninguna luz indica cuál camino y el bufido traca traca me
ensordece, cierro los ojos y tapo mis oídos cuando por fin se hace la luz de
nuevo y todo es verde, huele a tierra y adivino cosas que pasan velozmente. El mareo
me hace fijar la mirada en los puntos distantes. Me dispongo a cazar las curvas
que me permiten ver el cuerpo del animal, ubicar su cabeza y sentirme ufana de
ir sentada en su panza.
Las estaciones son
iguales pero diferentes, hay acentos distintos en el modo de hablar, hay aromas
que no conocía y sabores que nunca había probado. Pero en todas, las mujeres
llegan con canastos cubiertos por manteles blanquísimos, bordados, ofreciendo
sus manjares domésticos.
Los niños siempre le
dicen adiós al tren en el que vamos. A veces, las mujeres que lavan en los ríos
también saludan o sonríen. Los pastores ocupados del rebaño cuentan y vuelven a
contar, turbados por el estruendo. Ancianos pensativos detrás del humo de sus
cigarros de hoja contemplan el paso del tren como quien sabe que los viajes
nunca paran, que van hacia afuera y hacia adentro, hacia el pasado o hacia el
mar.
En los vagones de tercera
un mundo se reproduce: bebés que lloran porque quieren comer, ancianas que se
duermen donde sea, señores escuchando su pequeño radio de transistores, niños
que hallaron el modo de ponerse a jugar, asientos de madera, pero afuera las
mismas maravillas que ven los de primera.
Mi bisabuelo era
maquinista. Yo no lo conocí, únicamente he visto una fotografía casi borrada en
la que posa de pie, a un lado de su máquina. Eso lo supe lo de grande. Quizá
por eso de chica siempre quise conocer al maquinista, al héroe portentoso que
movía a ese monstruo atravesando sierras o praderas, de noche o de día, con
lluvia o con calor.
Los viajes por fortuna
duran mucho, da tiempo de apercibirse de la luz diferente en los lugares, de
que los colores predominantes son distintos, de que al final, cuando llegamos,
todos hemos sido uno, y nos bajamos en la misma estación.
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