Te vi: tan grande como a la montaña,
con ojos igual que lunas.
Apenas ayer soñabas
y ya desde ahora gimes.
Antes nunca hubo lluvia que te causara daño,
que soplara un incendio y te abrasara.
Tú resistes en la guerra:
no encuentras a tu madre
ni a tu padre
y cargas por herencia dolor ilimitado
y un cuerpo tan distinto al que tenías
que ya no puedes enjugar tus lágrimas.
En el momento en que te miro
manos ajenas te secan ese llanto
que ya no vio tu madre.
Solo
sin los molinos de tu cuerpo,
sin esas flechas de siete años de altura,
más valiente,
más hombre tú
que todos esos que andan en sus botas.
Más cerca tú del cielo en ese infierno,
tú,
el de los ojos de luna
de quien no conozco el nombre:
nunca sabrás que aquí,
tan lejos,
por el brevísimo tiempo
en el que vi tu imagen,
me convertí en tu madre dolorosa,
abracé tu orfandad con mi plegaria
y pronuncié maldiciones a la guerra.
Tú que conoces
del llanto y el dolor injustos
nunca sabrás de la amargura
de estas lágrimas
avergonzadas, vanas,
y mucho menos preciosas que las tuyas.
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