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Historias de Año Nuevo... o la triste realidad

Don Nayo

Su mamá murió porque estaba enferma del “latido”. Así sin más ni más, un día se murió y quedaron los hijos solos. Una de ellas comenzó a tener problemas y le daba por quitarse la ropa y cambiarle el nombre a todo el mundo. A veces se orinaba encima y sentada en su solar pedía café a los vecinos, que la invitaban a asearse para convidarle el café.
Un día se fue caminando -parecen ser errantes todos los hermanos- y por el rumbo del Sauzal la atropellaron. “Quedó con todas las tripas de fuera”, dijo una vecina. La recogieron con una pala y la metieron en un costal. Dejaron de fuera la cabeza y amarraron al cuello el costal. Así se la entregaron a don Nayo. No sé si desde entonces, él también se desconectó por completo.
Aquí pasaba camine y camine a todas horas con cara de atribulado, todo flaco y con una larga melena canosa que cubría con una gorra; a veces esculcaba los botes de basura y aunque no hablaba, respondía a veces mi saludo. Lo vi varias veces en casa de mi vecino de la esquina, y siempre me pregunté si acaso platicaban o simplemente se quedaban parados en el barandal, como los veía.

Una de mis alumnitas de la Sala de Lectura está enferma del corazón y la operaron. Desde entonces a cada rato se ponía malita y a veces me llamaba su mamá por si podía yo llevarlas al hospital. La niña se quedaba sola y encerrada en su casa porque la mamá debe salir a trabajar y la abuela está en cama. La niña se sentía muy sola y mi hija y yo decidimos regalarle una perrita. La Chonguitos rápidamente se convirtió en parte de la familia y la niña está más contenta pero no se ha recuperado luego de todos estos meses.

Hoy al anochecer vi pasar una ambulancia que se detuvo por donde está la casa de Meche, y salí corriendo para ver si algo le ocurría. Llamé a su mamá para decirle que estaba yo saliendo para su casa, es media cuadra pero no tiene timbre. Me di cuenta de que la ambulancia no estaba en su vivienda sino enfrente. Cuando salió, la mamá de Meche me dijo que habían ido a recoger a Don Nayo. La noche de Año Nuevo la familia de la casa donde estaba la ambulancia le había convidado a cenar porque él vivía solo en una vivienda derruida donde pasaba frío. También se quedó a dormir. “En el piso, pero con techo”, dijo la vecina. Por la mañana don Nayo amaneció hecho una bolita y no contestó cuando lo llamaron. Ya se había ido, le dio un infarto.

Todo eso supe nada más en la visita que le hice a Merceditas. Salí con la garganta apretada, con el corazón apachurrado. Eso se sumó a mi tristeza de encontrar por la mañana mi auto grafiteado. “Tenga mucho cuidado, profe, están robando piezas de los coches los muchachos que salieron de la cárcel”.


Y yo sé que esos muchachos, si buscaran, no hallarían trabajo. No fueron a la escuela, quizá no tengan padres y no hay espacio en ningún lado para ellos. Sólo quedan los caminos malos, la droga, la delincuencia. Y por primera vez en cuatro años empiezo a rendirme ante la idea de que es verdad que éste, mi vecindario, es un barrio bravo. Apenas es el primer día del año.

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