Tiene días que estamos con con el corazón apretado por el miedo y la incertidumbre debido a la enfermedad de mi sobrina Abril. Tan joven, tan linda, tan con tres niños... y tan enferma. Vive en un lugar en donde no puede ser debidamente atendida y sólo recibe paliativos que han provocado que su enfermedad no esté siendo combatida como se debe.
Finalmente y ante la recurrencia de sus malestares, se decidió entre familia trasladarla a la capital del país para que ingresara al hospital y ha sido debidamente estabilizada.
Pero pienso en mi hermano. Soy mayor que todos y lo recuerdo de niño, frágil y tembloroso ante los embates bruscos del hermano mayor, buscando mi refugio porque me tocó ser un poco madre de todos. Y lo veo ahora tan grande y tan enorme pero con ese mismo corazón que cómo no va a ponerse tembloroso cuando es una hija la que enferma y peligra y no hay refugio ni madre ni hermana que lo ayude.
Pero sí: las manos extendidas a lo largo de todas las distancias, el cariño presto para ser soporte, las palabras de aliento y todas las ayudas posibles en lo material o en lo económico, que nunca sobran en estos trances que a veces son inesperados.
Veo ante estas situaciones -recuerdo la grave enfermedad de mi propia hija- lo pequeños e indefensos que podemos sentirnos, y sé lo mucho que nos alienta y cobija no sentirnos solos.
Por eso, desde todos los medios, el aire, el teléfono y el corazón, va mi bendición y mi cariño con las oraciones que tanto necesita Abril, que tanto necesita mi hermano, que tanto necesitamos todos para estar y sentirnos mejor.
Finalmente y ante la recurrencia de sus malestares, se decidió entre familia trasladarla a la capital del país para que ingresara al hospital y ha sido debidamente estabilizada.
Pero pienso en mi hermano. Soy mayor que todos y lo recuerdo de niño, frágil y tembloroso ante los embates bruscos del hermano mayor, buscando mi refugio porque me tocó ser un poco madre de todos. Y lo veo ahora tan grande y tan enorme pero con ese mismo corazón que cómo no va a ponerse tembloroso cuando es una hija la que enferma y peligra y no hay refugio ni madre ni hermana que lo ayude.
Pero sí: las manos extendidas a lo largo de todas las distancias, el cariño presto para ser soporte, las palabras de aliento y todas las ayudas posibles en lo material o en lo económico, que nunca sobran en estos trances que a veces son inesperados.
Veo ante estas situaciones -recuerdo la grave enfermedad de mi propia hija- lo pequeños e indefensos que podemos sentirnos, y sé lo mucho que nos alienta y cobija no sentirnos solos.
Comentarios