Comienza el aire frío, el otoño se arrellana en las calles, la luz se achica un poco. Hay que arroparse por las noches, buscar bebidas calientes o que nos calienten, y además, prepararse para la más grande fiesta en la tradición mexicana, que es el Día de Muertos. Hace ocho años que me propuse dar a conocer a la Catrina de Posadas en el norte, porque para mi asombro, el norte estaba lleno de fiestas de disfraces ensangrentados y grotescos según mi humilde opinión. Entonces, como alucinada, decidí llevar a la Catrina a las calles, escuelas y museos. Primero fue en Monterrey, donde hizo camino por algunos años en el Parque Fundidora -con talleres de catrinas y calaveras y toda la cosa- y muchos otros lugares. Ahora, desde que estoy en Ensenada, en Baja California, la Catrina sale a los bares porque en el espacio para el arte y la cultura local no la han admitido formalmente, aunque ella de todos modos se da sus vueltas por el espacio. Anoche la llevé a una lectura de poesía en la uni...
Retrato de mis días, aventuras en la pintura, la poesía y demás estancias