
Tenía los ojos cerrados mientras hacíamos el amor. Él comenzó a ponerse más intenso y pedí que fuera leve, pero la pasión le ganaba. Intenté seguirle el paso; entonces abrí los ojos y miré su cara en la oscuridad. Horrorizada grité con un miedo que no conocía y me puse balbuceante, sólo gritaba "¡no!" con insistencia mientras me encogía y lloraba, moviéndome como si me estuviera meciendo hecha un ovillo. Él se detuvo asombrado y con preocupación porque no le permitía tocarme y porque sabía que no había sido violento. Se separó de mí cuidadosamente diciendo algunas cosas que no quise escuchar porque el terror era una pinza que me aprisionaba. El pecho me retumbaba y me salieron manantiales de los ojos con una agua caliente y densa que no paraba de fluir. Intentó calmarme diciendo "soy yo, niña, soy yo que te amo y no te hago daño" por mucho rato, pausadamente para darme tranquilidad.
Yo ya me encontraba en la esquina de la cama abrazada a mis rodillas, todavía estremecida y azorada. El murmullo de su voz me fue tranquilizando y recuperé mi respiración mientras me daba cuenta de que un pequeñísimo rayo de luz había iluminado en mi cerebro una memoria que aún no sé si sea verdad o solamente una mezcla de recuerdos y temores.
Me fui recuperando lentamente hasta poderme acercar a su cuerpo cariñoso para refugiarme en ese pecho donde siempre posaba mis alas después del vuelo. En ese alero cálido me quedé por mucho rato intentando recuperarme por completo.
Después de un tiempo él dejó salir de nuevo su voz para decirme "¿qué viste?"
Tardé en responder porque la garganta era un abola dura que dolía y la boca estaba seca.
—Vi a mi papá.
Comentarios