Enciendo la lámpara que emite apenas un tímido rayo de luz. Los objetos se doran con su tenue amarillo que va cobrando fuerza conforme avanza la noche. Mi soledad también se pinta, se me gotea el corazón mientras escucho a los pájaros cantar en la oscuridad. Tengo ansias de algo dulce, cercano y suave, algo como un abrazo que me envuelva y haga que esta casa ya no parezca muda cada tarde, con el aroma de un solitario sorbo de café abandonado a la mitad por falta de alegría. La lámpara es un sol tedioso que ilumina sólo un círculo a mi alrededor, y si estiro la mano a donde la oscuridad, desaparece. Es a donde debo conducir el hastío, el silencio punzante que sale de mi pecho como un erupto amargo. Regreso mi mano hacia la luz, recupero cada uno de mis dedos que no trajeron nada de la oscuridad. La sombra espera agazapada, serena. Sé que cuando la luz la toca sólo cambia de lugar, siempre acecha. Después de todo debe estar presente porque sirve para disimular algunas cosas o esconde...
Retrato de mis días, aventuras en la pintura, la poesía y demás estancias