Te vi: tan grande como a la montaña, con ojos igual que lunas. Apenas ayer soñabas y ya desde ahora gimes. Antes nunca hubo lluvia que te causara daño, que soplara un incendio y te abrasara. Tú resistes en la guerra: no encuentras a tu madre ni a tu padre y cargas por herencia dolor ilimitado y un cuerpo tan distinto al que tenías que ya no puedes enjugar tus lágrimas. En el momento en que te miro manos ajenas te secan ese llanto que ya no vio tu madre. Solo sin los molinos de tu cuerpo, sin esas flechas de siete años de altura, más grande que esa montaña que dijiste, más valiente, más hombre tú que todos esos que andan en sus botas. Más cerca tú del cielo en ese infierno, tú, el de los ojos de luna de quien no conozco el nombre: nunca sabrás que aquí, tan lejos, por el brevísimo tiempo en el que vi tu imagen, me convertí en tu madre dolorosa, abracé tu orfandad con mi plegaria y pronuncié maldiciones a la guerra. Tú que conoces del llanto y el dolor injustos nunca sabrás de...
Retrato de mis días, aventuras en la pintura, la poesía y demás estancias