En la reunión hay pura fauna local hippie, departiendo; somos bastantes pero cabemos bien en casa. Hace años somos amigos, nos encanta estar juntos y pasar tardes charlando, comiendo y bebiendo. Hoy alguien comentó que uno de nuestros amigos, el pintor, tendrá una despedida en el centro de cultura porque se marcha de la ciudad, de modo que salimos de la casa para dirigirnos a su homenaje.
Vino algo de gente, todo el mundo conoce al artista. Me gusta este espacio de aspecto rural con su olor a madera. Entre el público se encuentra este hombre alto que me presentaron en la casa, con sus dos hijos pelirrojos, igual de serios que él, con su mismo aspecto frágil. El niño mayor –de unos diez años- me platica que está triste porque se marchan a otro lugar y no quiere irse. Disimula una lágrima y su desesperación. Le digo que puede contarme lo que sea, que me encantará escucharlo. Le pregunto su edad y me dice que tiene 21 años. Sonreímos y lo abrazo pero esto provoca su llanto. Le digo que puedo ayudarlo si me cuenta y entonces relata que sus padres se están separando y por eso ellos se irán con su padre. Intento que me diga más y le digo que soy psicóloga y puedo ayudarlo pero al tiempo de decirlo me arrepiento porque nadie quiere hablar con un psicólogo...
Mientras tanto en el escenario nuestro amigo pintor está dibujando en una pared negra con gis: retrata a todos los presentes como si los viera desde un lado de manera que sólo dibuja los perfiles. Entre los presentes se murmura que se va porque a su edad, ha embarazado a una chica prácticamente adolescente y se van juntos quién sabe a dónde. Nos preocupa, su vida siempre ha sido precaria y ha precisado de los amigos.
El papá de los niños se acerca y besa el dibujo que me representa diciendo que soy muy buena. No sé qué decir pero entra en la escena una joven en silla de ruedas vestida como si fuera a representar alguna obra y todos sabemos que es sorda. Una muchacha le dice a gritos por dónde deben dirigir su silla de ruedas para que acceda al escenario y ella se levanta su blusa indicando un aparato: "Con esto oigo perfectamente", le dice mientras nosotros la vemos con cara de "dice que no le estés gritando". Y justo alguien grita que ya es hora y sale otra joven completamente embarazada con el vientre expuesto como bailarina y una armazón alrededor de su pronunciado estómago. Me hace pensar en un circo.
El papá de los niños se me acerca y me toma de la mano para que salgamos. No sé lo que pretende pero es respetuoso y callado, aunque de todos modos, prefiero no conocer sus intenciones y despierto.
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