Entré al lugar porque no había podido asistir a su reciente inauguración, sabía que era muy visitado.
Al subir la escalera de caracol tuve que regresar del tercer piso porque hay dos hombres haciendo el amor a pesar de la incomodidad y de las miradas de los visitantes. Yo tengo que llegar al cuarto piso así que entro a uno de los salones para ver por dónde puedo subir.
Encuentro un salón adornado todo con herrería, pequeños barandales cubiertos de enredadera conforman espacios íntimos. Hay profusión de flores color azul pálido y sin duda la vajilla indica que ese espacio es para gente exquisita. Pregunto por dónde subir y me remiten a la escalera de caracol a la que no quiero volver.
Ya que ando visitando este espacio me doy cuenta de que es más grande y diverso de lo que parece. En este otro salón el ambiente cambia notablemente, el piso es de mosaico dominó, todo es en lustroso blanco y negro excepto ese espacio con unos labios rojos pintados que es un despachador de vino: se le ponen monedas y una copa y sirve al tiempo que suena una musiquita y en la pared del fondo se proyectan unos cortos, lo que no entiendo es que son para niños.
Sigo buscando llegar al cuarto piso. He dejado de averiguar en cuál estoy. Ahora me encuentro un patio con árboles, todo lo que exhiben aquí es muy masculino y monótono, parece hecho de mezclilla azul claro.
El siguiente espacio es como una repostería. En el mostrador del centro exhiben panes y pastelillos junto con lo que ha de ser la "creación de la casa" que parecen espaguetis escurriendo. De pronto de la puerta del fondo sale un desfile de panes vivientes bailando graciosamente canciones de Cri Cri, me figuro que este salón apenas lo están inaugurando.
He visto ya muchas cosas, creo que prefiero marcharme pero tengo sed. Entro en un salón bar con mucha gente y encuentro lugar donde hay un grupo. Conversamos acerca de la carrera de ciertos actores y actrices reconocidos cuando llega una pareja que todos conocen. Se saludan y cuando el hombre me ve, pregunta con sarcasmo agresivo qué hago ahí mientras mi novio anda muy bien acompañado en otro piso. Entonces recuerdo que tenía que llamarle y recojo el teléfono de la mesa mientras me dispongo a retirarme y alcanzo a escuchar que el grupo reclama al fulano su falta de respeto.
Mi auto está justo enfrente, en cuanto entre llamo para hablar tranquila... pero ¡el teléfono no es el mío! sólo es del mismo color y no tengo idea a quién pertenezca, quizá al señor que estaba sentado junto a mí. Abro la cubierta del aparato para intentar averiguar a quién le pertenece y pulso la tecla que tiene una llamativa Z roja. Contesta una voz muy sensual indicando que deje recado en el buzón y cuelgo.
La búsqueda será pesada si debo volver a pasar por todos esos sitios, de modo que decido despertar.
Al subir la escalera de caracol tuve que regresar del tercer piso porque hay dos hombres haciendo el amor a pesar de la incomodidad y de las miradas de los visitantes. Yo tengo que llegar al cuarto piso así que entro a uno de los salones para ver por dónde puedo subir.
Encuentro un salón adornado todo con herrería, pequeños barandales cubiertos de enredadera conforman espacios íntimos. Hay profusión de flores color azul pálido y sin duda la vajilla indica que ese espacio es para gente exquisita. Pregunto por dónde subir y me remiten a la escalera de caracol a la que no quiero volver.
Ya que ando visitando este espacio me doy cuenta de que es más grande y diverso de lo que parece. En este otro salón el ambiente cambia notablemente, el piso es de mosaico dominó, todo es en lustroso blanco y negro excepto ese espacio con unos labios rojos pintados que es un despachador de vino: se le ponen monedas y una copa y sirve al tiempo que suena una musiquita y en la pared del fondo se proyectan unos cortos, lo que no entiendo es que son para niños.
Sigo buscando llegar al cuarto piso. He dejado de averiguar en cuál estoy. Ahora me encuentro un patio con árboles, todo lo que exhiben aquí es muy masculino y monótono, parece hecho de mezclilla azul claro.
El siguiente espacio es como una repostería. En el mostrador del centro exhiben panes y pastelillos junto con lo que ha de ser la "creación de la casa" que parecen espaguetis escurriendo. De pronto de la puerta del fondo sale un desfile de panes vivientes bailando graciosamente canciones de Cri Cri, me figuro que este salón apenas lo están inaugurando.
He visto ya muchas cosas, creo que prefiero marcharme pero tengo sed. Entro en un salón bar con mucha gente y encuentro lugar donde hay un grupo. Conversamos acerca de la carrera de ciertos actores y actrices reconocidos cuando llega una pareja que todos conocen. Se saludan y cuando el hombre me ve, pregunta con sarcasmo agresivo qué hago ahí mientras mi novio anda muy bien acompañado en otro piso. Entonces recuerdo que tenía que llamarle y recojo el teléfono de la mesa mientras me dispongo a retirarme y alcanzo a escuchar que el grupo reclama al fulano su falta de respeto.
Mi auto está justo enfrente, en cuanto entre llamo para hablar tranquila... pero ¡el teléfono no es el mío! sólo es del mismo color y no tengo idea a quién pertenezca, quizá al señor que estaba sentado junto a mí. Abro la cubierta del aparato para intentar averiguar a quién le pertenece y pulso la tecla que tiene una llamativa Z roja. Contesta una voz muy sensual indicando que deje recado en el buzón y cuelgo.
La búsqueda será pesada si debo volver a pasar por todos esos sitios, de modo que decido despertar.
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