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Mostrando entradas de febrero, 2017

Una equivocación

Hacía mucho que no veía a mi tía Tere y por eso me alegra tanto que esté aquí en casa ahora. Voy sacando las cartas que tenía guardadas en cajas, y nos ponemos a recordar las de aquella época tristísima que leíamos juntas y llorando, me acuerdo vivamente del dolor que me laceraba y vuelvo a tener un vuelco en el corazón al recordarlo. Mi tía y yo nos miramos sabiendo que ya pasó y estoy sana pero nos abrazamos igual que en aquel tiempo. Su cabello rojo hasta la cintura la sigue haciendo verse hermosa como entonces. Vámonos a buscar lo que necesitas, me dice mientras se alista y salimos. Caminamos por calles llenas de hermosos edificios coloniales hasta llegar a una cuchilla cuyo pico es una taquilla de entrada al edificio famoso que tiene las paredes llenas de murales. ¿Quieres visitarlo? le digo. Ahora no, lo que necesitamos es saber en dónde tienes que hacer tu trámite. Me acerco a preguntar en la taquilla y resulta que es aquí. Entonces sí mi tía puede ir a recorrer los murales.

Lo que me trajo la lluvia

Sí, la oscuridad -que toma su tiempo, dicen- tiende su velo sobre los restos de la tarde. Mi corazón arde, mis manos arden, arde mi imaginación. La música es el fuelle, pero las gotas que dejó la lluvia sobre el techo cayendo en mi patio son el pulso que me mueve las manos, ciegas y locas por crear. Se me atraviesa la llave del sur que trajo una ave amiga, tan hermosa que todos habrán de verla. Siguen la música y la lluvia, ya comienzan las manos a buscar los hilos que tejan las urdimbres de la llave, que borden las roturas de corazón, que impregnen con la noche las puntadas, ensartadas con la punta de una estrella. Se teje y se borda así cada noche, cada latido, cada enloquecimiento, cada imaginación...