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Marcas, huellas...


Confinada en este universo de cuatro paredes y cajones de madera llenos de ropa o de papeles, levanto la vista al techo. Tiene figuras caprichosas, manchas, telas de araña de quién sabe cuándo. Algunos puntos que por momentos creo que se mueven, ignoro si son insectos o simplemente los puntos que tienen mis ojos y que se notan sobre todo cuando miro cosas blancas, cosas de colores claros. Ahí están,como los peces, nadando en el agua salada de mis ojos, sin que sepa yo cuándo y cómo llegaron, por qué siguen ahí, siempre subiendo y bajando igual que mis miradas, posándose a veces inadvertidamente sobre cosas que siempre los ignoran.

Puntos suspendidos que navegan recorriendo las formas de las cosas, sus colores, su posible peso y sus texturas. Cosas que han ido posándose entre sus prisiones de madera oscura y olorosa, guardadas para cada ocasión que lo amerite, olvidadas porque no ha habido tales ocasiones, atesoradas sólo como prueba de ciertos recuerdos increíbles y pasmosos que en su momento deban comprobarse, para eso están guardadas esas cosas.

Recuerdos encerrados revolotean suavemente como mariposas, estiran con pereza luminosa y colorida sus alas, despliegan un perfume a otros días, otros momentos, otras certezas...
Cosas como marcas que nos van trazando rutas hacia adentro, les seguimos las huellas y encontramos a esa niña de ojos asustados y pocas palabras, delgada, friolenta y con hambre; seguimos otra marca y he ahí la joven con sueños en bandolera, todavía con miedo pero ya con determinación para entender poco a poco la vida. Marcas que me conducen al momento del sobresalto y el peso de una responsabilidad que me hace responder por otra vida, un ser nacido de mi cuerpo y de mi espíritu, una criatura diminuta que depende de mí, que me hace madre.

Marcas que me conforman, me dan esta forma de cuerpo atormentado con vocación de alas, esta voz que tantas veces permite los temblores, la convulsión del sentimiento, el canto, el verso poderoso que me salva.

Marcas que voy acumulando, que guardo en estas cuatro paredes de mi cuarto en mañanas así, ventosas, de sol tímido y frío. Para que permanezcan, para que otro día cualquiera mire al techo y encuentre entre sus manchas este sabor matutino y la reminiscencia del dolor sea una bruma vaga que me haga recordar que cada vez que me caigo me levanto.


Ensenada, B.C., 13  de junio de 2016


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