Del poder de las mujeres:
chamanas, brujas, curanderas… putas
Por
Liz Durand Goytia
I
Aparentemente, no es posible
precisar el momento en que surgieron las brujas porque son tan antiguas como la
humanidad, y hay leyendas que aseveran que existen desde antes que apareciera
el ser humano.
La palabra bruja deriva de las lenguas romances, formada por
el término bruxa. Esta bruja se
dedicaba a realizar conjuros o hechizos, ya sea para provecho propio o ajeno. Las
comunidades iniciales a nuestros tiempos se maravillaban de cuanto no pudieran
comprender: el día, la noche, el sol, agua o fuego, eran considerados producto
de la magia. Los líderes eran guerreros antiguos y fuertes que hacían papel de
jefe, en tanto se hacía seguir por un guerrero más joven, fuerte y ágil cazador
que le sucediera para ser el siguiente líder. Los bufones cumplían rol de
juglares contando o representando historias de la tribu ensalzando a sus
héroes, y los chamanes, brujos o brujas mantenían la comunicación con los
dioses y el mundo espiritual, ya que tenían conocimientos de hierbas y plantas
para usos terapéuticos. Las curanderas o brujas realizaban ofrendas a los
dioses y predecían el futuro mediante la observación de las estrellas.
El aporte de la mujer fue muy
importante para la medicina. Las brujas, desde el punto de vista de curanderas,
tenían un gran conocimiento en cuanto a hierbas y remedios. Las consultaba
desde los más necesitados como los de las grandes esferas.
Se suponía que si ellas eran
capaces de hacer el mal también podían eliminarlo. Las brujas tenían sus
pócimas y fórmulas medicinales para ello, las cuales iban
acompañados
de algunos conjuros.
El concepto de bruja que permanece
en el imaginario hasta nuestros días procede de la Edad Media y el término se
aplica a la mujer que tiene “el poder de la hechicería debido a la ayuda del
diablo o de algún demonio”, y describe a tales brujas como viejas y feas para
reforzar la idea de algo maligno y feo. Lo que sobrevino debido a esas
historias y a la religión ya lo sabemos: la Santa Inquisición acabó con la vida
de cientos o miles de mujeres y hombres acusados de hechicería sencillamente
por conveniencia. Actualmente no se tiene una cifra exacta del número de
ejecuciones por parte del Santo Oficio, pero al menos en España los archivos
que aún existen hacen pensar a los historiadores en cifras que van de tres mil
a diez mil personas. Juan
Antonio Llorente, que fue
secretario general de la Inquisición de 1789 a 1801 y publicó en 1822, en París, Historia crítica de la Inquisición, escribió “Calcular el número de víctimas de la
Inquisición es lo mismo que demostrar prácticamente una de las causas más
poderosas y eficaces de la despoblación de España”.
Hasta nuestros días, la magia y la
religión son fluidos que permean las culturas y si bien en las etnias
originales la chamana o curandera es una mujer-sabia-maga-médica en el espacio
íntimo de la comunidad, es cierto que en la “vida civilizada” sus métodos de
curación pueden ser calificados de patrañas, aunque con la doble moral de
buscar su ayuda de manera secreta y con el desembolso de importantes cantidades
de dinero: sabemos que hay personas prominentes en la política, la farándula y
la vida diaria que buscan constantemente, como en los tiempos remotos, el
consejo de una bruja sabia que les de noción y guía sobre los pasos a seguir.
Otro aspecto a considerar en las
habilidades de las brujas, es el relacionado con la vida sexual, pues se tiene
la idea de que las brujas se sienten comprometidas para propagar el goce sexual
y son solicitados sus servicios para atraer o hacer volver a los enamorados
mediante las pócimas que preparan gracias a sus conocimientos herbolarios.
II
Todo eso es una mínima parte de lo
que puede ser la historia de las brujas, pero en el contexto que ahora nos
convoca lo que quiero hacer notar es la denominación o adjudicación de
etiquetas para llenar de cierta carga a una palabra, como ocurre en el caso de
las brujas definidas por la iglesia. Ya sabemos que, más allá de que las
acusaciones de hechicería fueran ciertas o no, la intención era quedarse con la
propiedad de las personas acusadas. En muchos casos se trataba de mujeres
solas, ancianas o enfermas y ésa fue la imagen que decidieron utilizar para
caracterizar a las brujas. No era que lo fueran, ni que sacrificaran niños o
animales y menos aún que volaran en escobas, sino que tenían alguna propiedad
que resultaba de mucho interés para las autoridades religiosas.
Por otra parte, hay un tipo
diferente de bruja: la seductora, y aquí vienen a colación los nombres de
Lilith, Circe o Salomé, mujeres jóvenes y hermosas con una brillante
inteligencia que las hizo rebelarse contra la obediencia que demandaban los
hombres y tomar decisiones sobre su vida íntima que las colocaron en situación
de brujas ante los demás. Y es precisamente de esta connotación de la que voy a
ocuparme en esta charla: la colocación de etiquetas hacia ciertas personas
únicamente por su manera de pensar. Lamentablemente todas esas etiquetaciones
son en general despectivas o humillantes, además de falsas. Veamos lo que es el
poder de una palabra que es un nombre según las palabras de la doctora Clarissa
Pinkola en Mujeres que corren con los
lobos:
El poder del nombre
“Dar nombre a una fuerza, una criatura, una persona o una
cosa tiene varias
connotaciones. En las culturas en las que los nombres se
eligen cuidadosamente
por sus significados mágicos o propicios, conocer el
verdadero nombre de
una persona significa conocer el camino vital y las
cualidades espirituales de dicha
persona. Y la razón de que el verdadero nombre se mantenga a
menudo en
secreto es la necesidad de proteger a su propietario para
que pueda adquirir poder
sobre dicho nombre y nadie lo pueda vilipendiar o pueda
apartar la atención
de él y para que su poder espiritual pueda desarrollarse en
toda su plenitud”.
Vamos a contextualizar: estoy con
ustedes porque somos un grupo que está organizando en nuestra ciudad algo que
ya se hace en otras partes del país y del mundo y se titula Marcha de las
Putas. No hay razón para escandalizarse ante una palabra que no es sino uno más
de los insultos que estamos acostumbrados no sólo a escuchar sino a utilizar en
nuestra vida cotidiana. Y hay que aclarar que de ninguna manera se está
validando con la marcha a la prostitución y a todo lo que encierra. Lo que las
mujeres promovemos al hacer esta marcha es precisamente la idea de retirar las
etiquetas que tantas mujeres parecen llevar sin merecerlas: el hecho de usar un
escote, un vestido corto, tener muchos amigos hombres, usar maquillaje o
tacones NO convierte en putas a las mujeres, ni tampoco su actitud coqueta. No
debieran ser llamadas putas por esas razones porque no están ofreciendo un
servicio a cambio de dinero.
La acostumbrada doble moral de la
mayoría de las sociedades hace que esa etiqueta de puta se pueda colocar a
diestra y siniestra encima de cualquier chica o mujer que resulte ser rebelde y
acostumbre tomar decisiones sobre su indumentaria, su cuerpo o sus compañías.
Lo extraño en esta fórmula de las etiquetas, es que aún entre mujeres se las
administran y en muchos casos unos simples celos hacen que otra mujer más sea
calificada de puta.
Las mujeres de hoy día no estamos
dispuestas a seguir llevando una carga que ni corresponde ni es justa, y
pugnamos por hacer del conocimiento de todos que no estamos de acuerdo en ser
juzgadas ni por el modo de vestir ni por nuestras compañías, costumbres o modo
de pensar. No considero justo que una
chica en secundaria o prepa o universidad deba cargar con esa etiqueta por los
celos e inseguridades de terceras personas, porque las etiquetas son palabras,
y las palabras designan, describen, marcan. A las palabras no es verdad que se
las lleva el viento.
Lo que sí es verdad es que las
mujeres somos ese puente entre lo humano y lo divino, y el hecho de ser capaces
de alumbrar otra vida es parte de eso. La mujer tiene la sabiduría que su
sensibilidad y experiencia, su poder de observación y su instinto la hacen ser
temida por otros cuando desarrolla esas habilidades por encima del promedio. Es
cuando la consultan o le piden consejos y la llenan de regalos. Es esa mujer
solidaria con sus congéneres que pone al servicio de sus hermanas toda su
experiencia y su capacidad para ayudarlas o enseñarles los caminos que ha
recorrido. Es en muchos casos la mujer que es madre, la que tiene la fuerza
para salir adelante con una familia a cuestas y con todo en contra, sin un
compañero y muchas veces sin ayuda. Sola, con la fuerza de su mente y de su
corazón va arrancando las malas yerbas de su camino y va dejando un sembradío
de flores para su descendencia. A veces, su determinación debido al desencanto hace
que aunque varones pidan sus favores, se los niegue. Entonces puede ser que otra
vez sea llamada puta, que los demás no quieran reconocer el verdadero origen de
su éxito y decidan que proviene de la prostitución, como si no fuera
prostituirse levantarle falsos a los demás y ofenderlos. En mi opinión,
cualquier ser humano capaz de calumniar o juzgar a otro se denigra a sí mismo.
En la literatura existen muchísimos
libros sobre las brujas, sus pócimas o costumbres, sus buenas o malas
intenciones, es decir, están llenos de etiquetas. Lo que a mí me gustaría hacer
por medio de esta charla es provocar en ustedes la reflexión: cuando escuchen
la palabra puta deténganse a pensar si es otra palabra más para ofender, desde
el miedo y la inseguridad, a una mujer. Y si son mujeres, las invito a ponerse
su sombrero de brujas, pero de aquellas que fueron respetadas, queridas y
cuidadas por sus comunidades debido a su sabiduría y poder de curación puestos
al servicio de todos.
Dejemos pues de seguir usando
palabras por costumbre: hagamos que cada palabra que pronuncie nuestra boca
tenga razón, tenga verdad y tenga las mejores intenciones. El hombre crea
cuando nombra. Por esas palabras poderosas los poetas fueron buscados por los
reyes y los poderosos. La poesía contenía la fuerza de los amuletos, la
sabiduría de los videntes, las entrañas de la gloria o el dolor. Usemos la
palabra como corresponde a nuestra dignidad de seres humanos, y huyamos de la
siempre tentadora ocasión de señalar a alguien con la flamígera palabra
despectiva y destructora. Les quiero compartir un poema a propósito de esa
carga que ha tenido el hecho de ser mujer en nuestro mundo injusto y falto de
equidad, en donde la vida de las mujeres pareciera pertenecer a cualquiera,
como vemos en los altos índices de feminicidios en todo lo ancho y largo de
nuestro país y del mundo:
Rimero
I
No he de beber la leche
del seno de mi madre;
no he de ser bienvenida
porque nací marcada
con figura pequeña,
con la voz más desnuda
que de recién parida.
No he de sentir cobijo
a la sombra
del nombre de mi padre.
Ya murmura mi sangre
su cansado latido
y regresa la voz
con su sentencia.
Ya me viene la niña
de la angustia,
la joven quimerista,
la mujer temblorosa.
Ya me vienen
la madre germinal,
la hija no grata,
la ramera triste,
la india sola.
Ya vienen todas
a entrar en mi osamenta,
este andamio de penas
que apenas me sostiene.
Siento bien cómo encaja
en mi mano la otra mano
de quien es señalada,
la que tampoco tuvo
del pecho de su madre
una vacuna de calostro
contra el designio
de ser hembra.
II
No quiero ver silencios
instalados en filas;
no detengo a los ruidos
que el día deja tirados.
Que se dejen las noches
de pudrirme los sueños,
déjenme entrar al ocio
de ser sólo otra vida
para no
llorar sangre,
para tener lo mismo
que otros gastan serenos
sin condena.
Que se deje la vida
de atravesarme gatos
cada vez que por trozos
me robo mi destino,
no vaya a ser que encuentre
por fin las maldiciones
y me convierta en Circe
en Lilith,
Salomé,
y desate estas manos
para que se levanten
o degüelle al silencio
para que todos oigan.
III
Interminables huellas
jamás recolectadas
construyen un sendero
arrancado al desierto.
Me niego a ver los ojos
que de lejos no miran,
no quiero oír las voces,
el rimero de quejas
que en el silencio punzan,
que sin ruido taladran.
Ya me dice la noche
con su llagada luna
que su plata es un filo
en las sitiadas hembras
desde ayer en el tiempo,
Ya murmura mi sangre
su cansado latido,
me sostienen los huesos
en andamio de penas
y este rimero triste
de mujer condenada
se me esconde en el pecho
cuando vienen la india,
la mujer o la madre
cancelando los sellos
de la ancestral condena
para que beba dulce
calostro alguna niña
y yo duerma en el sueño
y me ría con la vida.
De modo pues que para terminar con las
etiquetaciones habremos de llamar a todo mundo, no es una lucha que sea sólo
para mujeres o sólo para madres. El amigo o compañero, el antiguo jefe o héroe
también está llamado a tomar conciencia de lo que hacen las malas etiquetas,
las malas palabras, y puede ofrecer su mano generosa a las mujeres para
empeñarse juntos en una nueva denominación, equitativa y justa, que en algún
momento, como es nuestra intención, acabe con la carga incómoda y peyorativa
que hasta estos días tenemos que sufrir las mujeres cuando nos llaman putas por
cualquier razón.
Somos brujas, somos hechiceras,
compañeras, amantes, maestras, amigas, madres, sabias, emotivas, hermosas,
solidarias, hermanas, coquetas, guerreras. No somos putas.
Ensenada, B.C., a 19 de junio de 2015.
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