Mientras preparo mi taza del café viajero que me hizo llegar mi primo Jorge desde mi tierra, me pongo a recordar cómo van siendo los cumpleaños a lo largo de mi vida. Bueno, porque la fecha es algo así como un punto de partida desde donde hago esta pequeña reflexión.
De niños no tuvimos mayor idea de los cumpleaños, excepto la de que siempre los que se festejaban eran los otros, no los propios. Sin embargo, cuento con dos festejos en mi infancia, por lo mismo memorables, a los cuatro y a los once años. En ambos fue mi abuela paterna quien hizo mi pastel relleno de fresas y nuez, inolvidable como ella.
Luego hubo algunos cumpleaños deplorables en los que no era capaz de agradecer mucho debido a la etapa en la que me encontraba, de abandono, desamor, lucha.
La vida, este caleidoscopio, a veces nos ofrece las vistas más maravillosas y vino un tiempo en el que mi cumpleaños era una magnífica celebración, con personas y regalos abundantes y se llenaba la casa con su visita. Me sentía muy importante y feliz pensando que al fin tenía celebraciones como las que leía en los libros.
Después los cumpleaños se hicieron más personales, como de celebrar en pareja recibiendo amor y hermosos presentes, sin multitudes pero siempre acompañada de quienes me quieren.
Esta mañana, ya servido este café que les puede causar envidia con toda confianza, reflexiono otra vez en mi cumpleaños, en lo feliz que me hace tener vida y sueños y proyectos, y en esa confiada alegría que proporciona saber que mi mayor tesoro sigue creciendo irradiando mucha luz, tanta que me siento poseedora del sol. Son mis amigas, mis amigos. Sus palabras, llamadas, abrazos, regalos, lo que en este día y todos me proporciona esa gotita de felicidad que como saben, alimenta el optimismo que es mi escudo ante los días inciertos y difíciles dentro y fuera de mi mundo.
¡Gracias a Dios, a la vida, por este otro año feliz!
De niños no tuvimos mayor idea de los cumpleaños, excepto la de que siempre los que se festejaban eran los otros, no los propios. Sin embargo, cuento con dos festejos en mi infancia, por lo mismo memorables, a los cuatro y a los once años. En ambos fue mi abuela paterna quien hizo mi pastel relleno de fresas y nuez, inolvidable como ella.
Luego hubo algunos cumpleaños deplorables en los que no era capaz de agradecer mucho debido a la etapa en la que me encontraba, de abandono, desamor, lucha.
La vida, este caleidoscopio, a veces nos ofrece las vistas más maravillosas y vino un tiempo en el que mi cumpleaños era una magnífica celebración, con personas y regalos abundantes y se llenaba la casa con su visita. Me sentía muy importante y feliz pensando que al fin tenía celebraciones como las que leía en los libros.
Después los cumpleaños se hicieron más personales, como de celebrar en pareja recibiendo amor y hermosos presentes, sin multitudes pero siempre acompañada de quienes me quieren.
Esta mañana, ya servido este café que les puede causar envidia con toda confianza, reflexiono otra vez en mi cumpleaños, en lo feliz que me hace tener vida y sueños y proyectos, y en esa confiada alegría que proporciona saber que mi mayor tesoro sigue creciendo irradiando mucha luz, tanta que me siento poseedora del sol. Son mis amigas, mis amigos. Sus palabras, llamadas, abrazos, regalos, lo que en este día y todos me proporciona esa gotita de felicidad que como saben, alimenta el optimismo que es mi escudo ante los días inciertos y difíciles dentro y fuera de mi mundo.
¡Gracias a Dios, a la vida, por este otro año feliz!
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