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Esta incipiente, desconocida viudez

Hoy finalmente partió. Él allá, en el DF a las tres de la tarde. Yo aquí, a las seis, le escribía un poema sin estar enterada.
No es sencillo describir el grado de calidad humana con que iluminó a todos quienes lo conocimos. Su buena educación, cultura, inteligencia, sensibilidad. Su manera de tocar el piano, de pintar un cuadro, de apreciar un paisaje o la comida, una buena charla, la risa de los niños a quienes siempre estaba enseñando cosas.
Un hombre que con sólo estar, daba enseñanzas. Su generosidad fue tal que con frecuencia fue tomada por asalto por seres insensibles y mezquinos.
Le gustó mucho montar, y le apasionó el piano con la música clásica. Era buen nadador y en sus mejores tiempos, extraordinariamente guapo, en los festivales de cine de Acapulco le pedían autógrafos.
El más paciente padre, el más comprometido amigo y el mejor ejemplo.

Y a mí me toca ahora decir, el más romántico galán, el bien nacido príncipe, el caballero que siempre me hizo su dama, aún cuando estuviera yo en piyamas en el desayuno, porque si me levantaba de la mesa él se ponía de pie, convirtiendo mi cocina en una corte donde yo era reina.
Me tocaba canciones en los restaurantes donde encontrara un piano, y a los tríos les pedía que acompañaran mi voz y mis canciones sólo porque adoraba escucharme. Sin borracheras ni alcoholes de por medio: con muchísima clase. Once años así, con altibajos de la vida pero no de sentimientos. 

Mis hijos fueron también suyos aunque no los engendrara, y su ejemplo, como siempre fue mi deseo y mi propósito, perdura. Ahora mismo lo acompañan para rendirle el tributo que merece, como yo desde aquí.
Nuestro camino como pareja se disolvió por causas ajenas a nosotros, pero jamás nos apartamos de ser esos grandes amigos que siempre fuimos, ni suspendimos el cariño y el respeto.
Cómo sería de grande, que quien me desposó después de él acaba de decirme que siente mucho la partida de "ese hombre increíblemente educado y generoso de quien aprendí muchísimo por el trato de respeto y aprecio que siempre me dio, por su enorme cultura, por la calidez y la bonhomía que transmitía".
Y aquí estoy yo, apuntando su nombre en mi libro de los muertos que jamás se van, llorando sola por tanto que me dolerá su ausencia, porque volver al DF será no verlo más, no recibir su abrazo y sus palabras.
Descansa en Paz, querido, queridísimo Héctor. Siempre en mi corazón.

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