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Efectos secundarios


Estaba de nuevo en la camilla, con Claudio acurrucado junto a mí. Intenté despertarlo pero fue inútil, y contemplé de nuevo los corredores del hospital. Sentí otra vez su frío: me llevaban de regreso al quirófano y me dejaron estacionada en un pasillo.
El médico me pidió que cuidara la entrada del baño porque no tenía puertas. Aproveché para observar el quirófano, ya que estaba yo a la entrada:  del techo colgaban unas lámparas y supe que eran las que se usan para las operaciones del cerebro. Las mesitas para el instrumental tenían carpetas navideñas como el papel tapiz de las paredes.

Claudio seguía dormido en mi camilla y la única explicación que encuentro para que no lo hayan retirado es que por ser un hospital privado, de seguro cobrarán su sueño como el de cualquier paciente. Volví a ver las paredes y descubrí que tenían  llaves de agua que goteaban a todo el piso. Me pregunté si sería normal o les urgía un plomero.
Hice otro intento por despertar a mi marido. Me preocupaba entrar a la operación sin que hubiera despertado.

De pronto hubo un revuelo y médicos y enfermeras se dirigieron a un mismo lugar. Traté de escuchar lo que sucedía porque Claudio no podía ir a investigar, dormido como estaba.
Oí decir que una persona de intendencia puso el desinfectante para pisos en las botellas del suero, y los doctores desconocían los efectos secundarios que podría causar en los pacientes. Miré sobre mi cabeza: el suero ya corría por la sonda a punto de entrarme en la vena. En el pasillo no había nadie. Claudio seguía dormido. Quise gritarle pero no encontré mi voz.



Nov/97

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