El mural
En donde me hospedo me asignaron una habitación en la que hay un mueble que tiene encima una carpeta que dice “Gastos de la casa”. La tomo para entregarla a la dueña porque sé que desde antes de mi llegada ni siquiera entran a ese cuarto respetando las instrucciones de que sería para mí.
Mientras busco a la dueña encuentro a una señora que me platica que mi anfitriona ilustra libros, y me los muestra. Me llama la atención que pinta de manera picuda y apretada. Tiene ilustrada una explosión que me parece muy rara porque es puntiaguda y no redonda
-como yo la haría y como son las explosiones- y pienso en fuegos artificiales.
Luego me muestra en un libro el estudio que hizo para el mural que había yo visto a la entrada cuando llegué a la casa y que me causó una impresión muy fuerte, una sacudida inexplicable que me dejó desasosegada.
En el cuadro, a la izquierda están el rey y la reina en el piso, yo los veo muertos sobre la alfombra pero según ella están dormidos. En la parte restante del espacio, en medio, está la estatua gigante de piedra blanca de lo que parece un dios griego con el cabello largo, se ve de espaldas tendiendo los brazos hacia abajo, en donde está la orilla del mar con un pequeño volcán de lodo, que es a donde señalan las manos.
Comento el virtuosismo de la pintora, intrigada por el cuadro, y me dirijo a seguir buscando a mi anfitriona que, con la puerta abierta y a oscuras, está tomando un baño en la regadera mientras canta una canción antigua. Sé que me recuerda algo importante y por alguna razón me doy cuenta de que ésa es la clave para entender el cuadro.
Tibás, San José.
Costa Rica
Enero de 2002
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