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Mostrando entradas de noviembre, 2012

De las cosas ¿sencillas? de la vida

La mañana es temprana, el sol no ha extendido su melena y el fresco nos empuja a poner el café. La casa se asombra con el inusual parloteo en el desayuno, acostumbrada al silencio. Comienza la plática, los recuerdos que ella siempre tiene a mano como si recién hubieran ocurrido. La observo: su increíble y tersa piel, la aurora de su cabello, las chispas en su voz. Le sienta bien el color negro, igual que a mí, me digo mientras escucho historias de su infancia. De repente me concentro más en lo que dice: está contando que no sabe por qué, pero desde niña le causan horror las tortugas. Mi sorpresa es enorme: es la primera vez que escucho a alguien decir que siente lo mismo que yo con respecto a las tortugas... Y sigo concentrada: No somos del mismo signo, nunca he convivido con tortugas como para contar con una experiencia traumática que me impidiera verlas como todo el mundo, nadie me enseñó a verlas feo, en fin, la única explicación, al final, salta a la visa: debe ser genético: mi

Pensamientos sobre el amor o Ni cómo ayudarnos...

Uno debería poder entregarse al disfrute de la vida y sobre todo al amor cuando lo encuentra, cosa ya de sí tan difícil. Hallar en el camino a esa alma gemela que se convierte en el recinto de paz, que proporciona tal alegría, a veces apacible y otras tan exaltada no es cosa cualquiera, es una gran fortuna y la bendición más grande que debemos honrar. En cambio, nos llenamos la cabeza con ideas y prejuicios que enmarañan a la razón, y se sume uno en un profundo pozo de aguas turbias que roban el aliento y medran nuestra paz. Buscar hasta encontrar al otro que nos complementa, estar alertas para detectar esa luz que nos inunda de manera especial, allegarse a él y luego y sobre todo, conservarlo, se ha vuelto una tarea tan difícil que se antoja un sueño cada vez más imposible convertir en realidad. Nos atormentan los prejuicios, nos paraliza el miedo de dar al fin el salto, de quemar las naves, de entregarnos a esa determinación que prevalece en nuestro pecho como una reluciente verda

La inesperada ausencia

Así, sin saber cómo, sin saber de dónde. Como es la muerte: sin aviso. Así partió Arturo Rodríguez R., "Don Arthur" para todos, ese hombre generoso, inmenso, apacible, buen amigo. Años de verlo constantemente detrás del mostrador del Café Tomas, lugar que es imposible pensar sin la sonrisa y el afecto de Don Arthur. Quiso el destino que de pronto, mientras veía la tele en su casa donde vivía solo, rindiera su alma al Creador. Y esa misma extraña suerte hizo que mi hija con un amigo lo fueran a buscar y lo encontraran "demasiado tarde" para todos nosotros. Cuesta asimilar esta sorpresa, el desconcierto y la pena nos agobian y nos hacen pensar de inmediato en cuándo fue la última vez que lo vimos, cuándo le dijimos cuánto lo apreciábamos... Pero para nuestra tranquilidad en la conciencia, él se sabía querido. Nos queda la reflexión de lo frágil que es nuestra existencia, de cómo tendríamos que vivir cada día como si en cualquier instante tuviéramos que pedir la cu

Lecciones

Llorar de modo que no se vean las lágrimas,  que sólo el corazón perciba la tenaz mordedura del llanto. Mirar vaciando el océano triste de los ojos, que sólo esa marea sufra el tridente atormentado del dolor. Soñar jugando con sogas y muñecas, que sólo aquella niña sepa que no es bueno despertar. 

Otro del archivo

El hechicero ¿Cómo llegaste hasta mi noche incandescente y mudo para ungirme la mágica poción de tus rituales clausurar los sellos, sembrarme el vientre de amapolas, untarme con el oro de tu lengua? ¿Cómo, digo, entraste al aposento resguardado, destruiste la guardia que devota me cuidaba y colocaste pausado cada paso que te trajo a mis baldosas y a mis días, hasta el respiro que me llevó a tu noche enorme y mágica como tu manto de fuego y terciopelo? Me sometió tu abismo sin palabras, mi voluntad de querer lo imposible. ¿Cómo llegué a este cielo? ¿Cómo me hiciste nube? ¿Cómo, demonios, me envolvió el hechicero?

El poema de hoy...

La novia triste Era una novia triste con los brazos caídos y de sus ojos nacieron manantiales. Aquella tarde sintió que estaba sola, que ese disco distante no guardaba calor, que era hielo y dolía lo que el pecho llevaba. Era una novia triste como un mar desolado, y de su pecho rodaron peces muertos. Un desierto fue el mundo, una infinita sed y una enorme amargura, porque una novia triste sólo sabe doler.

Al fin de vuelta

El mismo aire, tres semanas después. La luz es diferente, oscurece más temprano, y la comida me parece extraña luego de una semana comiendo en la Mixteca y en la ciudad de Oaxaca. Por eso, quizá, esta tarde he guisado chapulines y preparé una pasta con un pesto de hoja santa... Como quiera, anduve de Catrina A volver a la supuesta y rebuscada "normalidad", a tomar café -pero ahora cómo, cuando se me ha roto mi cafetera- a hablar con Nube cuando me encuentre sola, a seguir, a seguir...