No, el mío ya pasó. Pero hablo de otro que de todos modos me toca, y es uno de los que me convirtieron en madre. Es el cumpleaños de mi hija y por si a ella no le parece no mencionaré su edad. En éste que es uno de sus dos cumpleaños, recuerdo de nuevo cómo deseaba tener una niña. En aquel tiempo no había ultrasonido, no tenía posibilidades de saber si era niña o niño, y todavía en una de las últimas citas con el médico nos hacían radiografías para saber en qué posición se encontraba el bebé.
Recuerdo que la doctora que me atendió en urgencias me preguntó ¿Si es niña, cómo le va a poner? Le contesté. ¿Y si es niño? ... ¿Y si es niño?... Silencio. No tenía yo respuesta. O mejor dicho, "Tiene que ser niña". Vino la reconvención por parte de la doctora, que no me fuera yo a traumar si no era niña, que no fuera yo a hacerle daño a una criatura, que esto y lo otro...
El caso que, como siempre, Dios me escuchó y tuve a la niña, porque ya tenía al niño. A esta niña que con las lámparas de sus ojos me ha llenado la vida. La que a demás resultó desde siempre ser la más bonita de los alrededores, muy simpática y tiernita.
La que ahora que es mujer me sorprende gratamente con sus convicciones. Esta chica me enternece porque siempre tiene a su niña a la mano: cuando sigue comiendo dulces como enana, cuando juega con sus perros, cuando se asusta de subirse a la bici como si fuera más difícil que manejar su vida.
Me sigue recordando a un remolino, a un faro, a una muñeca.
Me hace sentir, cada día, aquella misma felicidad que me hizo grande el pecho al escuchar a la doctora en la sala de partos: "¡Ay Elizabeth: es niña!", pero a la vez diciendo "¡Se salió con la tuya!"
El caso que, como siempre, Dios me escuchó y tuve a la niña, porque ya tenía al niño. A esta niña que con las lámparas de sus ojos me ha llenado la vida. La que a demás resultó desde siempre ser la más bonita de los alrededores, muy simpática y tiernita.
La que ahora que es mujer me sorprende gratamente con sus convicciones. Esta chica me enternece porque siempre tiene a su niña a la mano: cuando sigue comiendo dulces como enana, cuando juega con sus perros, cuando se asusta de subirse a la bici como si fuera más difícil que manejar su vida.
Me sigue recordando a un remolino, a un faro, a una muñeca.
Me hace sentir, cada día, aquella misma felicidad que me hizo grande el pecho al escuchar a la doctora en la sala de partos: "¡Ay Elizabeth: es niña!", pero a la vez diciendo "¡Se salió con la tuya!"
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