Ahora que estamos disfrutando este verano caluroso en Ensenada, recuerdo la primera vez que experimenté calor extremo. Porque en mi tierra el clima es benévolo y cuando sube la temperatura siempre tenemos a la mano ríos y arroyos para refrescarnos.
Pero aquella vez yo tenía ocho años y acabábamos de llegar al puerto de Veracruz. Sentía como si respirara agua, los cabellos se me pegaban en la frente y los ojos, y jalar aire no servía de nada. Mis hermanos y yo buscábamos la manera de refrescarnos: si nos pegábamos a las paredes, estaban calientes. Si abríamos llaves de agua, igual. Los abanicos de cartón primero se nos desbarataban que quitarnos el calor... Simplemente quedamos como ligas estiradas, tirados en el piso inmóviles por el sopor, sin apetito y con el estómago inflado de tanta agua que tomamos, pensando en las aguas cantarinas y frescas de Orizaba...
Pero aquella vez yo tenía ocho años y acabábamos de llegar al puerto de Veracruz. Sentía como si respirara agua, los cabellos se me pegaban en la frente y los ojos, y jalar aire no servía de nada. Mis hermanos y yo buscábamos la manera de refrescarnos: si nos pegábamos a las paredes, estaban calientes. Si abríamos llaves de agua, igual. Los abanicos de cartón primero se nos desbarataban que quitarnos el calor... Simplemente quedamos como ligas estiradas, tirados en el piso inmóviles por el sopor, sin apetito y con el estómago inflado de tanta agua que tomamos, pensando en las aguas cantarinas y frescas de Orizaba...
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