Ir al contenido principal

Cava de quesos

Cuando abrí el ojo el aire soplaba furiosamente. La maceta del ficus sucumbió y el arbolito quedó abatido en el piso de mi entrada, junto con algunas otras macetas.
Pero la temperatura y la mucha luz invitaban a hacer algo que no fuera, como en este último mes y medio, estar metida en casa, evitando el aire y el frío para no agravar mis gripas.
Iris llamó: "vente en pijama, te invito a almorzar, ni te vistas, no vamos a salir". Recogí algunas cosas, me alisté y salí para su casa. Hacía calor.
Tortitas de pollo y café. "Vámonos a Ojos Negros", le dije resuelta. Tanto que no chistó, jaló su sombrero, cerró la casa y nos fuimos.
En el camino, piedras disfrazadas, montañas verdes, piedras encimadas y el clima calientito. Lo que buscábamos era la Cava de quesos -única en latinoamérica, proclaman- para ir a una degustación.



Este árbol me recuerda a una bailarina de ballet...


En el retén que está casi a la entrada de la desviación para Ojos Negros nos tuvieron un ratito. Cruzamos el pueblo que no tiene nada que no sea polvo, y luego de seguir unos cinco o seis kilómetros de terracería, entramos al Rancho La Campana, el pequeño oasis donde está la cava.
Nos apuntamos y con una limonada, a esperar más gente para iniciar el recorrido, que es muy pequeño. Al fin avanzamos hacia las instalaciones, y pasamos al área donde tienen a los becerritos, más de una docena estaba en su especie de cunita, esperando a ser alimentado. En el área de enfrente estaban en la ordeña de las vacas. Pasamos a la sala donde se preparan los quesos, vimos llegar la leche calientita por un tubo hacia la tina donde luego es cuajo y los moldes con las pesas para retirar el suero.



De ahí a la cava. Está construída por debajo del nivel del piso, y tiene una galería de fotos con los fundadores, un señor suizo de padres italianos, Ramonetti, y su descendencia. El  era una persona que se dedicaba a dar de comer a los trabajadores de una compañía extranjera, y al parecer también sabía hacer queso. A partir de 1911 se fundó el rancho para hacer quesos y finalmente, la cava, que es creación ya de un nieto, está en funciones desde hace tres años y medio. Distribuyen queso en Tijuana, el DF, Los Cabos y Cancún.
Probamos siete quesos,  el fresco natural, de pimienta, de romero, de albahaca, de tres meses de añejo muy parecido al brie, de un año, de dos años de añejamiento. Nos sirvieron un vino tinto de la casa diseñado especialmente para degustar con esos quesos. Delicioso. Pedimos un plato de hongos portobelo a la leña, con queso y jitomates asados a la leña, aderezados con aceite de olivo y aromas. El postre, cortesía de la casa, fue un requesón con mermelada de fresa goteado con miel de vino y miel de abeja. Exquisito, es como un queso mozzarela.


Hasta pude intentar una foto diferente...

El silencio y frescor del lugar, encantadores, nos impidieron tomar cuenta del transcurso del tiempo. Al subir a la superficie ¡sorpresa! ¡era de noche!.
Nos tomó un poco de trabajo encontrar el camino porque experimentamos otra ruta que resultó más cómoda, y regresamos por la carretera cantando canciones de Sandro, Camilo Sesto, Serrat, tangos y lo que se atravesó por nuestra desastrada memoria y en mi caso, mi atrofiada garganta. No hay fijón, cantamos y cantamos y nos divertimos. Quise asomarme a ver estrellas, y quedé apabullada de luces lejanísimas, joyas nocturnas que acompañaron el camino.
Como no tenían servicio para pagar con tarjeta no pude traer ningún queso, y es el gran pretexto para regresar, pasear y degustar esa maravilla que tenemos en Ensenada a cada vuelta de la esquina, en todas las tienditas, que es el queso Real del Castillo, y en esta ocasión, de los Ramonetti. Porque Real del Castillo es lo que podríamos llamar una denominación de origen, es la zona donde varios ranchos hacen queso, y cada rancho agrega su nombre a su producto.
Este lugar está a 45 minutos de Ensenada, por la carretera que va a San Felipe, y las degustaciones son los sábados y domingos, pero la venta de quesos es toda la semana.
Los precios más que razonables: 10 dólares por la degustación, y la carta de la cava, interesante, variada, ligera y económica.
¡Un delicioso paseo!

Comentarios

Lo que más te gustó

Poema para los niños migrantes

Para los niños migrantes Temprano te salieron alas y esparces la ceniza de un vuelo inesperado. Vuelas hacia una tierra prometida que no existe , donde leche ni miel encontrarás. Encerrarán tu vuelo en jaulas y el miedo que aprendiste a dejar lejos regresará a morderte por las noches. Ningún río te besará con agua fresca, ninguna señal de la cruz sobre tu frente te va a guardar de la amargura. Somos testigos de la decapitación de tu infancia, de tu niñez hoy preñada de dolor, de pies cansados y ojos secos. Que la vergüenza nos cubra cada que te preguntes o que pidas, que el corazón nos duela hasta que tengas alas con vuelo renacido.

Esta mañana Dr. Chipocles

Desde la cama me puse a ver noticias. Sé que no es -ni con mucho- la mejor manera para levantarse, pero lo hice sin pensar. Encontré que estaban dando un reportaje acerca de un médico en el Hospital de Pediatría de la ciudad de México, en donde todavía ando por suerte. El doctor especializado en oncología ha sido bautizado por sus pequeños pacientes como "Dr. Chipocles", que es la manera que tenemos los mexicanos para denominar a alguien que es muy bueno en lo que hace, y lo que no sé es por qué se eligió el nombre de un chile -chipocle, chipotle- para eso. El caso es que este médico inusitado es tan sensible que no solamente se disfraza de distintas cosas para ir a trabajar como el famoso Dr. Patch Adams, sino además, al ser entrevistado sobre su trabajo, termina diciendo, con la garganta cerrada y lágrimas en los ojos, que se considera un ser especial por poder hacer el trabajo que hace. Y lloró cuando mencionó a sus niños enfermos que ya no están con nosotros. Tengo que ad

Recordando la vieja máquina de escribir...

Estoy fascinada porque un amigo me puso un programita en mi compu que hace que cuando escribo mis importantísimos asuntos, mi teclado suene como máquina de escribir... Es que recuerdo aquellos tiempos en los que las colegiaturas de mis hijos y nuestra manutención dependían de la velocidad y ritmo de ese mágico sonido... En esta foto, la imagen de la primera máquina eléctrica que me tocó usar, cuando llegué a la ciudad de México a trabajar en el Instituto de Ingeniería de la UNAM. Un tiempo después ésta fue mi favorita, la máquina de esfera, porque le podía cambiar los tipos de letra y hasta el color de la tinta porque había cintas de color sepia. Se me descomponía con frecuencia hasta que el técnico descubrió que yo era demasiado rápida al escribir y se trababa la esfera, já já. Además de trabajar en una institución, ponía anuncios en el periódico para mecanografiar trabajos. Desde luego lo más socorrido eran las tesis, hice muchas pero además me tocó hacer el directorio