Sí, debo explicar que para mí la frontera fue, por mucho tiempo, algo lejanísimo en todos los aspectos, comenzando por el geográfico porque yo vivía en la capital del país, el D.F. Por tanto, pensar en viajar a los Estados Unidos implicaba tener una buena cantidad de dinero, primero para pagar el avión que ya sabemos que en este país es verdaderamente caro, y luego porque habría que llevar dólares. Total, poca gente podía hacer ese viaje y a mí ni siquiera me interesaba, al menos no mientras no pudiera conocer siquiera Oaxaca.
Luego me vine a vivir al norte, y al cabo de un tiempo comencé a ver que la frontera es especial, es una especie de limbo porque ni está aquí, ni está allá, dijéramos a manera de Cantinflas. Porque para los norteños México está muy lejos y tienen más afinidad con los gringos por la simple cercanía, y porque si admitimos que la penetración cultural y comercial de los norteamericanos se echa de ver ya bastante en el centro del país, en la frontera es apabullante: se comienza por el vocabulario, que incluye muchísimas palabras e inglés, algunas deformadas, y luego están las medidas, que aquí son en pies y pulgadas aún cuando usamos -se supone- el sistema métrico decimal. Los vehículos son mayormente traídos del otro lado -así le llamamos en todo el país a los Estados Unidos: el Otro Lado-, y en el supermercado es hasta recientemente que tenemos más cantidad de productos mexicanos que antes, pues es menos costoso traer productos norteamericanos por la cercanía.
El caso es que sí, un día me decidí a cruzar la frontera y pisar ese suelo tan odiado o anhelado en todo el mundo: lo que ellos denominan "América" y al resto de los americanos tanto nos molesta. Fue precisamente en esta frontera, la más compleja del mundo: Tijuana-San Diego. Y cuando crucé, nada, no pasó nada. No cambió el aire ni su olor, ni el sol, ni sentí nada raro. Me observé detenidamente, y contemplé el entorno. Sí, mucho más limpio y silencioso. Y desierto, nunca se ve a persona alguna caminando por las calles. Luego vino toda la parafernalia: tomar un trolebús al que también subían personas a pedir limosna, blancas o negras; entrar en un moll, en fin, todo tan parecido. Excepto quizá por tanta asepsia, y tanta diversidad de razas por todo lado.
Para quienes vivimos en la frontera los inconvenientes son por ejemplo los precios, porque todo es más caro y lo echamos mucho de ver cuando viajamos al centro del país; la comida, porque aquí toda comida típica es más bien una imitación porque no se dan en este lugar los ingredientes, y en lo personal, diría que la penetración cultural, porque es más fácil y rápido perder nuestras raíces, y eso en caso de que las tengamos, porque hay personas aquí que no conocen México, no se identifican y peor aún, no les interesa.
Todo esto vino a colación por el comentario de Pat y porque cuando viajo, algunas personas me han dicho que es una suerte vivir pegada a los Estados Unidos. Pero como todo en la vida, tiene sus asegunes.
Luego me vine a vivir al norte, y al cabo de un tiempo comencé a ver que la frontera es especial, es una especie de limbo porque ni está aquí, ni está allá, dijéramos a manera de Cantinflas. Porque para los norteños México está muy lejos y tienen más afinidad con los gringos por la simple cercanía, y porque si admitimos que la penetración cultural y comercial de los norteamericanos se echa de ver ya bastante en el centro del país, en la frontera es apabullante: se comienza por el vocabulario, que incluye muchísimas palabras e inglés, algunas deformadas, y luego están las medidas, que aquí son en pies y pulgadas aún cuando usamos -se supone- el sistema métrico decimal. Los vehículos son mayormente traídos del otro lado -así le llamamos en todo el país a los Estados Unidos: el Otro Lado-, y en el supermercado es hasta recientemente que tenemos más cantidad de productos mexicanos que antes, pues es menos costoso traer productos norteamericanos por la cercanía.
El caso es que sí, un día me decidí a cruzar la frontera y pisar ese suelo tan odiado o anhelado en todo el mundo: lo que ellos denominan "América" y al resto de los americanos tanto nos molesta. Fue precisamente en esta frontera, la más compleja del mundo: Tijuana-San Diego. Y cuando crucé, nada, no pasó nada. No cambió el aire ni su olor, ni el sol, ni sentí nada raro. Me observé detenidamente, y contemplé el entorno. Sí, mucho más limpio y silencioso. Y desierto, nunca se ve a persona alguna caminando por las calles. Luego vino toda la parafernalia: tomar un trolebús al que también subían personas a pedir limosna, blancas o negras; entrar en un moll, en fin, todo tan parecido. Excepto quizá por tanta asepsia, y tanta diversidad de razas por todo lado.
Para quienes vivimos en la frontera los inconvenientes son por ejemplo los precios, porque todo es más caro y lo echamos mucho de ver cuando viajamos al centro del país; la comida, porque aquí toda comida típica es más bien una imitación porque no se dan en este lugar los ingredientes, y en lo personal, diría que la penetración cultural, porque es más fácil y rápido perder nuestras raíces, y eso en caso de que las tengamos, porque hay personas aquí que no conocen México, no se identifican y peor aún, no les interesa.
Todo esto vino a colación por el comentario de Pat y porque cuando viajo, algunas personas me han dicho que es una suerte vivir pegada a los Estados Unidos. Pero como todo en la vida, tiene sus asegunes.
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