Desde niña aborrecía los Días de Madres. La escuela, las calles, los comercios se volvían caóticos. Recuerdo que cuando iba en tercero de primaria se puso de moda el papel celofán para envolver regalos que valiera la pena lucir, como los aparatos eléctricos. Antes sólo se usaba el papel de china para envolver.
Las reuniones, naturalmente, siempre eran en casa de las madres mayores, es decir, las abuelas. Había números de teatro montados por los chiquillos en los patios improvisados como foros o teatros, y los niños decían declamaciones o representaban cuadros. Naturalmente, nosotros teníamos la obligación de levantarnos muy temprano con el menor ruido posible para no despertar a nadie y sorprender a mi mamá cantando Las Mañanitas. Luego venía todo lo demás, incluyendo ir a visitar a las tías y demás madres de la familia.
Ya de adulta no hice ningún esfuerzo para enseñar a mis hijos esos festejos, con la escuela era suficiente, pero sí procuré que nunca dejaran de lado a sus abuelas en esa fecha.
Pero veo que de todos modos, el destino nos alcanza, y ahora no es solamente que con el paso de los años me haya acostumbrado a las felicitaciones de mis hijos, parientes y amigos, sino que además me gusta.
Ayer, por tanto, fuimos a comer deliciosamente a un restaurante español en Tijuana, por cortesía de Edgar y Paola. Comí una perdiz gaditana deliciosa. Visitamos a mi mamá y pasamos un rato delicioso y divertido antes de regresar.
Hoy me encontré con una tarjeta electrónica interactiva de mi hijo cuyos mensajes me estremecieron, y por eso toda esta reflexión sobre cómo viene siendo ahora diferente el festejo. Antes eran hojitas de papel dibujadas, si se podía, con colores. Los restaurantes no habían comercializado la fecha hasta la náusea como ahora y el principal regalo era la compañía-
En fin avanzamos(?) con el tiempo. O al menos, caminamos a su paso.
Gracias amigas, hermanas, hijos, amigos por mi teléfono saturado de mensajes
el día de ayer y por las felicitaciones en el correo. Deseo para todas, para todos, siempre, días felices.
Las reuniones, naturalmente, siempre eran en casa de las madres mayores, es decir, las abuelas. Había números de teatro montados por los chiquillos en los patios improvisados como foros o teatros, y los niños decían declamaciones o representaban cuadros. Naturalmente, nosotros teníamos la obligación de levantarnos muy temprano con el menor ruido posible para no despertar a nadie y sorprender a mi mamá cantando Las Mañanitas. Luego venía todo lo demás, incluyendo ir a visitar a las tías y demás madres de la familia.
Ya de adulta no hice ningún esfuerzo para enseñar a mis hijos esos festejos, con la escuela era suficiente, pero sí procuré que nunca dejaran de lado a sus abuelas en esa fecha.
Pero veo que de todos modos, el destino nos alcanza, y ahora no es solamente que con el paso de los años me haya acostumbrado a las felicitaciones de mis hijos, parientes y amigos, sino que además me gusta.
Ayer, por tanto, fuimos a comer deliciosamente a un restaurante español en Tijuana, por cortesía de Edgar y Paola. Comí una perdiz gaditana deliciosa. Visitamos a mi mamá y pasamos un rato delicioso y divertido antes de regresar.
Hoy me encontré con una tarjeta electrónica interactiva de mi hijo cuyos mensajes me estremecieron, y por eso toda esta reflexión sobre cómo viene siendo ahora diferente el festejo. Antes eran hojitas de papel dibujadas, si se podía, con colores. Los restaurantes no habían comercializado la fecha hasta la náusea como ahora y el principal regalo era la compañía-
En fin avanzamos(?) con el tiempo. O al menos, caminamos a su paso.
Gracias amigas, hermanas, hijos, amigos por mi teléfono saturado de mensajes
el día de ayer y por las felicitaciones en el correo. Deseo para todas, para todos, siempre, días felices.
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