Ayer me llamaron muy temprano avisando que mi hermano agravó. Yo no podía viajar a Tijuana hasta en la tarde, por lo que me puse a pintar para no terminar comiéndome las uñas. Cuando pinto me meto al cuadro y el mundo se queda suspendido, en otro plano. Me quedo en el mundo del color y la textura, en donde lo único que existe son las formas, sensaciones. No importa el tema, cualquiera sirve. De modo que comencé a refugiarme en el dibujo de la fachada de la casa que ocupamos. Soleada, con sus techos de teja.
Sé que como la poesía, la pintura ayuda a que me cure: de la ansiedad, de la angustia, de dolor. Provoca en mí una introspección que me serena en algunos casos, o que simplemente me hace olvidarme de todo, incluso de mí.
Es mi otro hogar ese espacio especial en el que se da la creación, el encuentro con mi yo desconocido y oculto. Es el lugar donde me curo.
En la foto, una parte del proceso de mi cuadro todavía sin terminar.
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