Para Irina en una de sus horas terribles.
Siempre estamos frente a ella por más que sea preferible hacer la vista gorda. Se encuentra todo el tiempo mirando por encima de nuestros hombros, igual si se trata de una criatura que de un anciano venerable, lo mismo si es una joven hermosa y floreciente que un desalmado narcotraficante. Tiene las llaves de todas las vidas que en algún momento deberá cerrar.
A veces manda los avisos de enfermedades terribles e incurables, no se sabe si para que tengamos tiempo de hacernos a la idea, o sólo para divertirse mirando nuestras reacciones. Quizá no sea que se divierta sino que le demos curiosidad o sencillamente quiera darnos un poco de nuestro propio chocolate por tanto desprecio y miedo como le tenemos.
Pero otras veces, como si se tropezara y se le rompiera sin querer alguna llave, la Muerte corta de manera repentina y brutal los hilos de una vida. Eso mismo pude constatar ayer, consternada, al saber que el esposo de la hija de mi amiga Iris murió en un accidente. La edad no importa, la cantidad de hijos, el oficio, el lugar donde vivía con su familia. El hecho es que de pronto, las hijas no tienen más a quién llamar papá, y la esposa se sentirá amputada por un tiempo, hasta que se acostumbre a ese muñón doloroso y deje de verlo con pena y se acostumbre a esa ausencia que todavía no puede caberle en la cabeza porque tiene lleno de dolor el corazón.
Sin embargo, como bien dijo siempre Don Faustino: "Nadie sobra...pero nadie falta". Es así de simple y llano. El mundo no se acaba porque se muera el padre o la madre o el hijo. La vida sigue su andar con brincos y sombrerazos o con tranquilidad, es decir, la vida sigue.
Lo único que podemos desear para ellas, las que sufren la pérdida, la madre, la esposa, las hijas, la suegra, todas, es paz. Resignación, aceptación del hecho cruel que estalla los pechos como puñalada. Aceptar para comenzar a dar pasos hacia la resignación porque no hay otro camino para continuar.
Desde aquí mi pensamiento positivo, solidario y cariñoso que espero se aúne a los de mis lectores para ayudarlas a sanar.
No debemos olvidar que cuando se apaga una vela, siempre queda otra flama encendida. La foto es de mi autoría.
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