Desde las once de la mañana las familias y comunidades llegadas del extranjero ya sea desde hace años o recientemente, se instalaron en la Ventana al Mar para ofrecer como cada año según supe, parte de su cultura culinaria, artesanía y memoria fotográfica.
A la entrada estaba la puerta que los japoneses llaman torii cuya leyenda dice que es para que los pájaros se posen en ella y pueda salir el sol y es usada como símbolo del deseo de bienestar y éxito.
Quedé sin degustar comida cubana o alemana, sólo probé postres de Italia, tamales de la comunidad zapoteca, compré un bolsito de los trikis, papel para origami de Japón, arroz con pollo, patacones y yuca de Panamá, guantes tejidos a mano de Bolivia, crepas de Francia.
También se instalaron representaciones de museos, historiadores, escritores, entre ellos los del taller de literatura de la UABC donde Peggy puso su tendedero y libros, y los del taller Onirios que están de plácemes con la presentación de Mar de Quimeras, antología de poesía y narrativa breve. Tuve un reencuentro con unas antiguas alumnas de mi taller de literatura Abrapalabra que precisamente conforman ahora parte del taller Onirios.
En el templete instalado hubo música en japonés, bailes folclóricos de Panamá, poemas, danzantes. Y la fiesta del encuentro con la comunidad, los amigos la familia y las mascotas.
Es de las fiestas más bonitas de Ensenada según yo, porque para quienes no tenemos aquí mucho tiempo es toda una vitrina de matices que además en esta ocasión nos permitió conocer mediante el archivo fotográfico, cómo era Ensenada desde los mil ochocientos y tantos hasta la fecha, incluso me tocó ver la esquina de mi casa hace cincuenta años.
Los ensenadenses, ni duda cabe, saben pasar bien el tiempo, hay varias fiestas a lo largo del año para disfrutar en ese hermoso lugar, Ventana al mar, y aprender a conocer
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