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Mostrando entradas de febrero, 2008

¿Hacer monólogos?

Ayer que vi a Peggy en el café resultó que me invitó a participar en el festejo por el día de la mujer en el Instituto de Cultura. Hay que hacer un monólogo por cada una de las tres participantes. En algún momento pensé "tengo que ponerme a escribir un monólogo, nunca lo he hecho". Ya sé, todas están pensando que hay un momento en nuestra vida que es lo más parecido a eso precisamente, un monólogo. Como el tema es la menopausia, ya sabrán que se aceptan colaboraciones. Espero no se vaya a bloquear mi correo con el alud de anécdotas que posiblemente reciba. A cambio tendrán la gloria de la fama al menos por los quince minutos que me tocan de lectura. ¡Las espero! Y conste, NO significa que todas mis amigas o lectores sean menopáusicas... El cuadro se titula "Sombras nocturnas" y viene muy al caso porque contrario a la creencia popular, la vida sexual de las personas maduras no se cancela con la edad...

Ejercitar

Esta tarde he ido con Paola a ver unas clases de danza para decidir en dónde nos inscribimos. Sólo de verlas, sudé la gota gorda. Pero es energético moverse con la música. Observamos algo de música latina y luego comenzaron con zumba, que está más movida según yo. Nos salimos y pasamos a observar una clase en otra escuela de danza árabe . Es muy bonita pero los movimientos me parecieron harto dificultosos. Claro, luego supe que era una clase avanzada. La instructora me comentó que podría yo hacer los ejercicios a pesar de mi columna lesionada porque tiene clases especiales para eso y varias alumnas que asisten por recomendación médica. Ahora sólo me falta decidir en cuál escuela me quedo. Por lo pronto estoy saliendo a caminar una hora, y esta mañana no permití que Alex dijera que tenía sueño o que la cama estaba calientita. Prácticamente me lo llevé de los pelos a caminar y luego al medio día se andaba durmiendo. Y eso que nos fuimos a las ocho de la mañana... En fin, si más adelante

La ciudad de los palacios

Desde que llegué a la capital, para detener los accesos de nostalgia que amenazaban con hacerme sentir muy mal, me repetía a cada instante lo que he dicho sobre todo en los últimos viajes al DF: sus habitantes son héroes por el sólo hecho de levantarse cada día a enfrentar esa ciudad hermosa, encantadora, tirana, dura, algunos desde las cuatro de la mañana para llegar entre siete y ocho al trabajo dejando niños en la escuela. Algunos de regreso a las diez de la noche para comer o cenar a toda prisa, ver un poco el noticiero y quedarse dormidos en un santiamén para poderse levantar al día siguiente. Y todo eso con una calidez extraordinaria que noto mucho más ahora que he convivido con la parquedad de los norteños desde hace seis años. En el DF la gente conversa y sonríe con cualquiera, aunque no lo conozca. Hasta los taxistas tratan de que a una no le venza la amargura o el coraje, como cuando, al regreso para dirigirme a Santa Fé a tomar el autobús para salir de Toluca por avión, nos

Vuelta

Desde mi cama escuché a la lluvia y me levanté para verla desde la ventana. Nada como la lluvia para sentirme en casa, con todo y que no llueve mucho por aquí. Repaso los días que pasé en la capital y vuelvo a paladearlos, ya que aquí no los sufro. Cuando fui al centro para ver la exposición de Colbert también quería ver ese rostro nuevo, desembozado, que tienen ahora sus calles, sin vendedores ambulantes. ¡Qué palacios! el adoquín en las banquetas, las puertas antiguas, la belleza. Caminando por Bolívar se me atravesó el Salón Corona y como era buena hora entré a refinarme una cerveza de barril oscura y de comer, mojarra frita. Me faltó coronar con el café pero no tenía tiempo: caminé para ver el Munal, Palacio de Minería y el majestuoso Palacio de Correos, donde tenían anuncios de venta de cartas y sobres para festejar 14 de febrero. Llegué tarde pues sólo alcancé sobre. Las cartas tenían por un lado una carta de Frida a Diego y se agotaron. Sé que si Frida viviera, pasaría sus días

Ashes and snow

Sigo por esta ciudad, tirana encantadora, y no podía regresar a Ensenada sin visitar la tan sonada exposición del fotógrafo Colbert. Más allá de si las fotos están trucadas o no y más allá de la visión engañosa o falsa que algunos dicen que tiene, yo me concentré exlusivamente en las imágenes. La belleza con que se nos presentan es pasmosa y conmovedora, con gran plasticidad. Me quedé con resonancia en la cabeza y durante la noche me levanté a escribir lo que ahora comparto: En el Ganges El animal flota en el agua, mueve las patas como si caminara levantando un arpegio de espumas que lo envuelven. Las enormes pezuñas son ingrávidas enel fondo lechoso de las aguas. La costra de su piel se nutre, nada con sus arterias, trompa, orejas. Se desvanece su tosca corpulencia entre la densidad del agua que lo mece. Una lágrima de pasmo lo guarda en mi memoria, en el arcón de cosas increíbles que un día miré, o que soñe una noche. Desierto Acariciar el lomo hirsuto de la estepa escuchando la car

Mi resistencia llegó hasta sus orillas

Mis venas duelen, se adormecen , y mis oídos zumban. Conozco los síntomas de la distancia, las molestias que provoca estar en esta ciudad descomunal que me agota. He caído de nuevo en sus redes de neón, sus guiños de gitana. Llegué con la alegría en bandera pero sin el aliento que me da su voz cómo seguir andando entre palacios, en el metro, las plazas, los mercados. He rebasado el límite. Mi resistencia llegó hasta sus orillas. Ahora tendrán que rescatarme los museos con sus exposiciones, deberán distraer estos días que me quedan para regresar, para seguir viviendo en un nido que parece intermitente porque debo estar también aquí, debo partirme para que los demás tomen su astilla, beban la gota de sangre que les dejo cada vez que me entero que no puedo ayudar, que es poca cosa lo que intente porque ya cada quién ha trazado su destino o ni siquiera lo descubre y yo no soy la pitonisa que quisiera y lo que veo en el oráculo de mis hermanos es muy negro. Después del entusiasmo del regres

Visitas

Siguen las visitas en la ciudad: Héctor ha mejorado aunque en mi opinión, con lentitud. Su ánimo, eso sí, como siempre: positivo y energético. Me alegro de haber podido verlo, compartir horas de plática con él, y la comida. Me retiré caminando de su casa en la roma sur hacia el metro, contemplando con mucha nostalgia las hermosas casonas de la zona. Y cuando estaba fuerte el ataque de tristeza me recompuse pensando en lo difícil que es vivir en esta ciudad... En el camino me quedaba la casa de Coquito, la abuela de mis hijos, con quien he tenido una estupenda relación a pesar de mi divorcio con su hijo hace tantísimos años...así que pasé a darle una sorpresa. El tiempo la hace más dulce y efusiva, estaba muy contenta de verme y a mi vez me sentí complacida por haber emparentado alguna vez con tan encantadora persona. Me dijo que le duele su rodilla, que los años no pasan en vano, pero que a mí se me nota un cutis de muchacha...Los abuelos son así, siempre nos miran jovencitos. Merendam

Amigas

Cuando una ha pasado tanto tiempo fuera y ha dejado a las amigas cercanas o íntimas en otra ciudad, pasa por una serie de etapas para alcanzar la resignación por no estar a su lado. A pesar de que no tengo amigas de la infancia porque nunca nos quedábamos mucho tiempo en una ciudad, tengo grandes amigas de la madurez. O sea que desconozco los rituales de amigas que se van de compras, que van al salón de belleza, que llevan juntas a sus hijos de paseo, que hacen reuniones con los maridos, conocen a los papás, etcétera. Mis amigas de todos modos son alhajas. Algunas son mayores que yo pero muy contemporáneas. Por alguna razón, la mayoría son poetas. Y ahora que estoy en el DF tengo oportunidad de verlas, conversar y hablar de nuestras cosas, nuestro quehacer, leernos textos, tomar café. Entonces, a pesar de la dicha de poder hacer todo eso, me doy cuenta del escaso tiempo que tenemos para hacerlo: la ciudad es tirana, el tiempo no alcanza para nada. Pero la intensidad de nuestros encuent

Viaje

Tengo muchas razones para venir a la capital del país: familia, amigas, compromisos. Pero también tengo una cita eterna con esta ciudad enorme, ruidosa, rica, antigua y moderna, cautivadora, enajenante y todas las cosas que es esta ciudad de la que renegué por mucho tiempo, cuando también la habitaba. Cuando lo único que quería era huir, salir de este marco de hormigón y cristal sin pensar en los palacios. Ahora que tengo algunos años lejos, me he reconciliado con ésta que por tantos años también fue mi ciudad. Vengo a disfrutarla, a poseerla un poco, a sufrirla también. Por la mañana caminé y vi a la vida caminando en medio de todos, de las personas diligentes que salen de mañana a buscarla con esperanza y alegría a pesar de tanto y tanto esfuerzo, de tan poco aliento, de esperanza a cuentagotas. Y me quiero contagiar de esa fuerza poderosa que veo fluir junto a la vida enmedio de todas estas plazas y mercados, sobre aceras y edificios, entre las grises ramas de los árboles. Me quiero

Chile de mi cosecha

Hace unos meses Alex y yo fuimos a un invernadero en San Antonio de las Minas y compramos la plantita del chile habanero. No tuve muchas esperanzas de que pegara y creciera pero lo planté al pie de la ventana del estudio, en el jardín. Hace como un mes me di cuenta de que tenía un chile ya bien amarillo, y aprovechando que teníamos una carne asada en casa, lo corté para asarlo y degustarlo. Estuvo bravísimo, el puro olor nos hacía llorar los ojos y nos enchilamos rico, con moquera y zumbido de oídos. El chile habanero me parece que es el más picoso de los que tenemos en México, de los chiles que se comen verdes, porque en chiles secos es otra cosa. Además, el habanero picado con cebolla morada y limón con sal es una verdadera delicia, no como el chiltepín que se dá en Nuevo León, que es como chile piquín verde, sólo que alevoso porque pica pero no sabe rico. Hoy nos tocó cosechar otro chile. Nos lo comimos asado y picado con un guiso de col y garbanzo con longaniza que me enseñó Doña

Del perdón

A veces es difícil entender estas cosas. Me han recriminado que pueda perdonar porque creen que significa olvido. Y lo que siempre he intentado a través de mi vida, es olvidar el dolor. No la causa, porque es parte de lo que me conforma. Son signos de mi vida. Pero vivir con ellos, los recuerdos difíciles, es mejor hacerlo desde ese duro podio del perdón... Y a propósito de algunas de las cosas que me han marcado desde niña, escribí este poema. Alguien me preguntó si he perdonado. ¿Perdonar yo? No sé cómo, ni qué debo perdonarte: si la infeliz infancia sin asideros y con hambre, o la desenraizada soledad que me tatuaste. Si los dolores prematuros en el corazón o las esperas tristes sin remedio. Es que no sé si deba perdonar –cuando era el tiempo de muñecas– el abandono que me orilló a crecer y me lanzó hacia el mundo. Esos trabajos del perdón no los entiendo, son cosa de los grandes y no me ocupo de eso. Pero si debo perdonar que provocaras cada tropiezo que me enseñó a volar, cada mal

Letargo

El hilo del ensueño se desata cuando el reposo de la luz. Llega el letargo del cuerpo, una sombra murmura soy el sueño y la sangre se entrega en venas azulosas. Laten las manos en la dormitación buscan nubes o soles o palabras, intentan destejer la madeja evanescente del sueño. A veces huye la voz de la garganta impide el grito, no permite escapar de pesadillas. El aire llena el pecho mas el sueño no es sino una muerte pequeñita. Cuando dormimos nos soñamos en pantanoso recinto donde el miedo, en abismo que acaba donde el día. La sangre canta dulce entre las venas, el pecho guarda el aire de la noche y el cuerpo habita pasajero la morada puntual de su destino.