Fuimos Alex, Paola, Francisco y yo a ver el documental. Claro que sabíamos ya muchas cosas. Lo que nos hizo el documento fue enfrentarnos a una realidad que creímos haber vivido pero no fue en carne propia. Vibramos con toda esa gente en el zócalo gritando "fraude, fraude", entendimos por qué nos aferramos a los sueños, vimos que somos muchos pero no todos quienes hacemos algo más que sólo desear un cambio.
Entendimos que no se puede reclamar y quejarse mientras nuestras acciones sean sólo esas. Tenemos que buscar la manera de participar, hacer acciones ciudadanas, ayudar a los demás a encontrar su conciencia -já, qué pretenciosa-.
Vimos con lágrimas el lloro de la gente, decepcionada otra vez, robada. Pero firme.
Y sí, tenemos una larga historia de mediocridad, de conformismo, de derrota.
Pero tenemos mucha gente que sigue con el puño en alto, que está por encima de mezquindades y oportunismos, que tiene el corazón claro como su conciencia y que a pesar de todo no pierde la esperanza.
Me siento avergonzada por hacer tan poco, por no poder estar allá, codo con codo. Por haber creído que otro sueño estaba roto.
En la gente, en el pueblo, en eso creo. ¿Cómo se puede con sólo eso, sin el poder que se requiere, hacer el cambio?
Un rompecabezas, eso es México: sin ton ni son, con una corrupción escandalosa que ni siquiera intenta el disimulo. Un barril de riquezas para algunos que nos van dejando a todos secos. Y cuando vuelvo a perder el piso de mi esperanza me traslado en el recuerdo a los pueblos en donde la gente no sabe de tener doble rostro sino de jornadas con esfuerzo, con hambre, con muy poca justicia, que de todos modos vive con decencia, honrada y honrando. Y con esos rostros que pueden ver de frente me renuevo un poquito y pienso en que quizás más temprano que tarde sea su hora. Para que no se vayan, para que no se desvenen cruzando al otro lado, para que tengan sus parcelas, sus casas, sus escuelas. Para que seamos más iguales, menos adoloridos y tengamos otros sueños...
Chale.
Entendimos que no se puede reclamar y quejarse mientras nuestras acciones sean sólo esas. Tenemos que buscar la manera de participar, hacer acciones ciudadanas, ayudar a los demás a encontrar su conciencia -já, qué pretenciosa-.
Vimos con lágrimas el lloro de la gente, decepcionada otra vez, robada. Pero firme.
Y sí, tenemos una larga historia de mediocridad, de conformismo, de derrota.
Pero tenemos mucha gente que sigue con el puño en alto, que está por encima de mezquindades y oportunismos, que tiene el corazón claro como su conciencia y que a pesar de todo no pierde la esperanza.
Me siento avergonzada por hacer tan poco, por no poder estar allá, codo con codo. Por haber creído que otro sueño estaba roto.
En la gente, en el pueblo, en eso creo. ¿Cómo se puede con sólo eso, sin el poder que se requiere, hacer el cambio?
Un rompecabezas, eso es México: sin ton ni son, con una corrupción escandalosa que ni siquiera intenta el disimulo. Un barril de riquezas para algunos que nos van dejando a todos secos. Y cuando vuelvo a perder el piso de mi esperanza me traslado en el recuerdo a los pueblos en donde la gente no sabe de tener doble rostro sino de jornadas con esfuerzo, con hambre, con muy poca justicia, que de todos modos vive con decencia, honrada y honrando. Y con esos rostros que pueden ver de frente me renuevo un poquito y pienso en que quizás más temprano que tarde sea su hora. Para que no se vayan, para que no se desvenen cruzando al otro lado, para que tengan sus parcelas, sus casas, sus escuelas. Para que seamos más iguales, menos adoloridos y tengamos otros sueños...
Chale.
Comentarios
Abrazos,
OA
pd: Las fotos están en mi blog.
:)